El primer ministro israelí, Ehud Barak, no arroja la toalla. Su dramático anuncio del martes ante el pleno parlamentario de que convocaría elecciones anticipadas se vio seguido ayer de las primeras, e intensas, maniobras para lograr ser otra vez el candidato de su partido, el laborista, en esas nuevas elecciones.
Ayer criticaba abiertamente a Simon Peres y sondeaba a otros dos de sus más directos rivales: Uzi Baram y el presidente de la Knesset (Parlamento israelí), Abraham Burg, para conocer sus intenciones. Un cuarto posible competidor, su ministro de Interior y Exteriores Shlomo Ben Ami, se ha apresurado a darle su apoyo y ofrecerse incluso a dirigir su campaña. Bajo esta luz, la disolución del Parlamento aparece, pues, no como el final de algo sino como una nueva jugada en el siempre complicado juego de mesa de la política israelí.
Todo parece indicar que lo que ha hecho Barak es adelantarse a lo inevitable y dar fin a su gobierno de una manera más digna de lo que hubiera supuesto la larga agonía parlamentaria. En la práctica, la legislación israelí, que permite hasta seis meses de espera antes de que se abran las urnas, le concede la posibilidad continuar gobernando igual que antes.
Eso sí, su Gobierno ya no es visto como igualmente legítimo. Así, la oposición de derecha (Likud) y religiosa (NRP) le han advertido que sería inaceptable que entablase negociaciones de ningún tipo con el presidente de la Autoridad Palestina, Yasir Arafat, durante este periodo interino. Desde hace algunos años, el primer ministro se elige en Israel directamente, en paralelo con las elecciones parlamentarias.
Cinco palestinos murieron ayer. Cuatro en un enfrentamiento armado con solados israelíes en Gaza y un menor herido el pasado domingo.