Los cerca de 30.000 seguidores de José Bové enarbolaban ayer en las calles Millau pancartas en las que podía leerse «el verdadero juicio aquí es a la globalización y a la Organización Mundial del Comercio (OMC)». Bové, símbolo en Francia de la lucha contra la globalización y la llamada «comida basura», cuenta en su cruzada y en el juicio con multitud de apoyos. Entre ellos están no sólo sus seguidores nacionales, sino también aquellos a los que conoció en la cumbre anti-globalización celebrada en Seattle (EE UU) en noviembre de 1999, coincidiendo con la fallida conferencia de la Organización Mundial del Comercio.
Su perfecto dominio del inglés, su habilidad comunicativa y política y su afán de protesta, unidos al interés suscitado por las estelares actuaciones de Bové en los medios de comunicación, han atraído a Millau a al menos dos o tres decenas de miles de personas, tantos o más que los habitantes de esa localidad del sur francés, normalmente tranquila. Al lado de este apoyo popular, los destrozos que Bové y sus compañeros causaron en un restaurante de comida rápida de McDonald's en Millau por valor de 107.000 euros el pasado 12 de agosto, cuando ésta el establecimiento estaba aún en construcción, pasan ya desapercibidos.
Bové y la Confederación Campesina habían justificado el asalto al McDonald's de Millau como una medida de protesta por las represalias de Estados Unidos a ciertos productos europeos, como el queso de Roquefort o la trufa, por la negativa de la Unión Europea de importar carne de vacuno tratada con hormonas. Su detención durante tres semanas por esta acción, llevada a cabo con simpatizantes de varias asociaciones agrícolas, unida a sus anteriores protestas antimilitaristas y ecologistas, ya habían dado a conocer a Bové, pero Seattle supuso su consagración, ya que allí logró personificar la protesta de muchos marginados de la liberalización del comercio mundial.