EFE - DARWIN (AUSTRALIA)
A primeras horas de la mañana y en el transcurso de una sencilla
ceremonia castrense, la bandera de Indonesia, que desde la víspera
ondeaba a media asta, fue arriada del mástil del cuartel situado en
el oeste de Dili, la capital donde se gesta un nuevo Estado
independiente. De esta forma, los 800 soldados y policías
indonesios que permanecían en el territorio pusieron fin al casi un
cuarto de siglo de ocupación marcada por la opresión y la violencia
política.
Esa orden se vio venir de forma inminente cuando esta semana el nuevo presidente de Indonesia, Abdurrahman Wahid, traspasaba formalmente la administración de Timor Oriental al secretario general de la ONU, Kofi Annan. Cargados con su petates, armas y munición, unos ochocientos soldados indonesios de 25.000 que había a mediados de septiembre abordaron los dos buques de la Armada, en una retirada asegurada por Interfet para evitar que la población les despidiese a pedradas.
Días antes de la partida, el portavoz del Ejército indonesio en Timor Oriental, coronel Willem Rampangilei, manifestó su preocupación ante la posibilidad de que algunas personas, enfurecidas por la participación de los soldados en la orgía de violencia y destrucción desatada por las milicias, quisieran vengarse. Mientras unos se van, la fuerza internacional asumió el control del centro de comunicaciones, uno de los pocos edificios de Dili que se salvaron de la destrucción, el puerto y los depósitos de combustible, que hasta ahora había compartido con Indonesia.