Tras la gran mudanza del verano, los órganos del Gobierno federal se incorporaron ayer a sus despachos en la nueva capital federal, mayoritariamente habilitadas en dependencias «heredadas» de la extinta Alemania comunista o incluso del régimen nazi.
La «vuelta al cole» del canciller Gerhard Schroeder y de su ministro de Asuntos Exteriores, el verde y ecopacifista Joschka Fischer, no debió ser precisamente fácil.
Recién llegados de sus vacaciones, les correspondió la difícil
tarea de poner buena cara a los respectivos edificios que les han
tocado en suerte.
Hasta que quede terminada la sede definitiva de la Cancillería,
Schroeder gobernará la «nueva Alemania» desde las dependencias que
ocuparon los dos sucesivos jefes de Estado del régimen del Berlín
Este, Ulbricht y Honecker.
Schroeder no ha salido ganando con este «cambio de colegio» de Bonn a Berlín, pero al menos sabe que lo suyo es provisional, ya que entre finales del 2000 y principios del 2001 se mudará a su sede definitiva, un costoso edificio con vistas al río Spree.
La primera prioridad del canciller, a la vuelta de sus vacaciones, ha sido reunirse con la Ejecutiva de su partido para tratar de poner fin a una muy aireada discusión entre el ala tradicionalista del SPD y los renovadores afines a Schroeder que quieren llevar el Partido Socialdemócrata hacia el centro.
En una entrevista concedida en vísperas de su reincorporación al trabajo, Schroeder anunció que, ahora que ha concluido la presidencia alemana de la Unión Europea (UE) y que la guerra en Kosovo ha acabado, piensa centrar su atención en las reformas que quiere llevar a cabo a nivel interno.