El recurso fácil para analizar el resultado electoral de Ciudadanos sería la referencia a la crónica de una muerte anunciada. Y se correspondería con la realidad: la demoscopia sí ha acertado con el partido que tuvo a su alcance ser decisivo para la gobernanza del país y la dilapidó. Albert Rivera llevó a Cs, en seis meses, de amenazar la hegemonía del PP a emprender el camino hacia la irrelevancia en la que termina en Baleares, aun y presentar a su líder nacional, Patricia Guasp, como aspirante al Consolat.
Tal ha sido su descomposición que hasta uno de sus fundadores, Xavier Pericay, había anunciado su voto por el Partido Popular. La moción de censura de Murcia, el intento de pacto con la izquierda en Madrid y los resultados electorales en sucesivas convocatorias regionales, hasta ayer mismo, han marcando el fin del partido. Sin paliativos. Los errores primero de Rivera y después de Inés Arrimadas y una deriva errática en el Parlament, marcada por el enfrentamiento entre sus diputados, han terminado por convertir a Ciudadanos en una opción inservible para los intereses generales.
Una dinámica que la campaña, no precisamente original, no ha conseguido revertir. El voluntarismo de sus candidaturas no ha sido suficiente y Cs es uno de los partidos que ha tenido que conformarse anoche con el agradecimiento a sus seguidores.