Encarna Avellaneda coge carrerilla y se pone de despotricar. «No pienso ir a votar y ya le he dicho a mi hija que no vaya. A nosostros no nos miran, todo para otros». A su lado, su amiga Carmen, se ríe del despliegue de gestos e improperios de la octogenaria y, por lo bajini, la rebate: «Yo sí voto porque es mí derecho». No frena a Encarna que suelta alguna expresión malsonante y se acuerda: «Cuando murió mi marido no me ayudaron y vivo con una pensión de viudedad por lo que él había trabajado. Las ayudas son siempre para otros». En el ir y venir de gente Indalecio Prieto arriba y abajo, en Son Gotleu, es en lo que se debate el ciudadano: los que están hasta el moño como para dejar de ir a las urnas y los que, aún hasta la coronilla sí que irán. Pasión por la campaña, escasa, lo mismo que presencia de carteles.
A Antonio Aguilar y Purificación Rodríguez les choca que, en las dos semanas de campaña, se haya hablado «poca cosa» de aquí. «El protagonismo lo están cogiendo los de Madrid», dice el primero. «Votar, siempre vamos a votar, pero queda poco», señalan y no ven claras las propuestas más de proximidad, que es lo que les preocupa para la cita del domingo.
Luis Rivero no irá el domingo a votar. Se ha cansado. «Es como con la religión. He perdido la fé». El ámbito espiritual por desventuras personales y el político por los años: «Llevo años haciendo votaciones y yendo a votar, desde que empezaron después de la Dictadura. Al final me he desengañado. El que llega al poder, se hace un chalé y los trabajadores somos luego los más jorobados». Dice que hace veinte años se dijo «se acabó» y que, desde entonces es un abstencionista crónico, aunque mantiene la duda de a quién beneficia o perjudica su silencio electoral.
Hay otros prismas por la calle. Laura Benítez sí que irá a votar. En su caso el desencanto se extiende a los ciudadanos de la zona y a su comportamiento. «Por mucho que hagan los políticos, la gente hace lo que le da la gana». Pone un ejemplo: «Si hay peleas en el barrio las va a seguir habiendo gobierne quien gobierne, la policía sí que viene», dice. Añade: «Yo soy partidaria de votar aunque todos sean una basura, pero antes de elegir a Vox o de que salga iré a votar». Se decantará por el Partido Socialista, dice.
El partido que polariza es ese. Pero tiene sus fieles en uno de los barrios con más inmigración en las Islas y con quejas de algunos vecinos en esa línea. Francisco García da otros motivos: «Vox y se acabó, claro que voy a ir a votar». Va a hacer la compra con su mujer, dependiente. Explica sus motivos: «Lo haré a ver si cambia algo porque estamos igual con el Partido Popular y con el Partido Socialista».
Dos hermanas, María y Juana Sancho, pasean juntas. La segunda se queja: «Estoy muy desengañada yo con 85 años», casi deja lo de participar a los jóvenes. Su hermana no lo tiene claro: «Me va a costar mucho decidirme, pero a alguno voy a votar. No me puedo quejar luego de que no me gusta», dice. Son críticas ambas con el gobierno actual: «Hay mucha intranquilidad y te llegas a desengañar», dice María. Da sus razones: le escandaliza lo que han tardado las víctimas del volcán de La Palma en cobrar indemnizaciones y, en clave local, dice que algo parecido ha pasado con las inundaciones de Sant Lloreç. «Te llegas a desengañar», lamenta. Repasan dirigentes, casi todos nacionales y no aprueban a ninguno: «A mí el bajito ese con bigote sí que me gustaba, a ese le voté», dice María en referencia a José María Aznar. Su hermana apostilla que en ningún caso votará a «ninguno de los dos grandes». Le quedan cuatro días para decidirse.
«Yo soy muy guapo, así que no me podéis sacar en el periódico porque no quiero provocar envidias», dice otro vecino, «hablad con esas dos que son las vecinas más antiguas de Son Gotleu. Han entrado al banco porque el cajero automático no da dinero, como siempre».