Día lluvioso y, como los caracoles ante las primeras gotas de agua, los comerciantes sacan a las puertas paraguas de oferta. Hay realidades paralelas: unos viven inmersos en la burbuja electoral y otros observan la cuenta atrás con una mezcla de apatía o decepción. O de una feliz distancia. «Pues no sabía que había elecciones», cuenta Alba González, una de las tatuadoras del estudio Kratos que abrió el pasado agosto en la calle Sindicat.
«Ayer me leí un programa electoral. No creo que vaya a votar, todos tienen algo. Bueno, tenemos un compañero de trabajo tatuador que se ha presentado a la lista de Vox Palma», cuenta María Jesús Medranda, otra de las empleadas del estudio de tatuajes. Entre el desencanto y la indiferencia se encuentra el enfado de Carmen Cánaves, propietaria del negocio: «Los políticos no nos ayudan en nada. No te dan ganas de emprender. En cuanto a las ayudas, soy madre de tres hijos, soltera y no te dan ninguna salvo que entregues 25 papeles, hasta la prueba del ADN. Al final da igual PSOE o PP, ninguno nos va a ayudar». Cánaves acusa el agotamiento del pequeño comerciante: «Vas al súper y está todo carísimo. Todo sube. Pago 800 euros en Blanquerna por un piso pequeño. Sube todo menos los sueldos».
Entre los comerciantes cunde el silencio, cuesta arrancarles una opinión. Otros han decidido que no se pasarán el domingo 28 por el colegio electoral: «No voy a votar, no sirve de nada», dice Jaume Mas.
Pere Arbona es uno de los propietarios de la mercería La Veneciana. «Si los políticos están en los despachos es difícil que se enteren de las cosas. Solo se pasean por las calles por las elecciones». Arbona lamenta que «con el cuento de la sostenibilidad, llegan al centro es como entrar en un búnker. Hay que compatibilizar la sostenibilidad con la accesibilidad»
Entre el silencio espeso entre los comerciantes hay quien se atreve a hablar si es de manera anónima: «Mis clientas vienen aquí a pasar un rato zen», cuenta una pequeña empresaria, que reconoce que «alguna de ellas ha hablado de política y cuando no hay acuerdo, todo el mundo se queda callado».
En la calle Velázquez, Gabriel Torosio está al frente del negocio Jamón y Embutidos de Extremadura, donde vende productos de su tierra. En este céntrico local sus clientes, que abarcan todo el espectro político, degustan vino de la tierra mientras analizan la coyuntura. Torosio escucha y toma nota del pulso de la calle: «Tiene que haber un cambio, no sé si para bien o para mal». El comerciante reconoce que la pandemia ha sido un duro golpe que aún duele. «La pasé solo y no recibí ninguna ayuda económica».
En la librería Drac Màgic, Laia Alegret opina de manera distinta: «Hay ayudas pero el comerciante tiene que espabilarse. No irán a la puerta a dártelas». Para ella, la legislatura que acaba ha tenido cosas positivas. «Hay interés por el tejido comercial. Somos una parte muy importante de la vida de la ciudad», dice la librera, que cree que hay iniciativas que han favorecido al sector. Aunque cree que «habrá que limitar el turismo» y quiere que «la cultura llegue a todos los barrios, hay que deslocalizar los eventos». Mientras el horizonte del 28-M se acerca, Alegret reconoce que «temo el cambio».