En la era de Twitter y de Tik-Tok, ahí sigue vigente una Ley Electoral del siglo pasado para que no se nos olvide que esa España en blanco y negro que algunos quieren recuperar aún está presente en alguno de los textos que rigen las normas de convivencia electorales. ¿Qué sentido tiene no poder pedir el voto hasta el día que comienza la campaña electoral si los partidos llevan ya medio año en campaña?, ¿qué sentido tiene no poder pedir el voto en la jornada de reflexión?, ¿qué sentido tiene que no se puedan publicar encuestas varios días antes de las elecciones que sí se pueden publicar en otras comunidades autónomas y consultar por internet?
La Ley Electoral necesita una revisión urgente en algunos de sus aspectos, incluidos los bloques electorales minutados a los que están sometidos los medios públicos y que son un intento de control de los medios y la constatación de una desconfianza a la libertad y la profesionalidad informativa de los trabajadores de los medios de comunicación. Ahí sigue la ley electoral, sin que los partidos hayan hecho ni un amago de actualizarla por miedo a que la supresión de esa caspa abra otros debates más delicados, por ejemplo, el de las circunscripciones insulares, si es justo que Menorca tenga más representación que Eivissa o si no sería más democrático, o al menos más representativo, que el límite para acceder al Parlament baje del 5 % al 3 %.
Gabriel Cañellas cambió la ley para subir este límite con la intención de dejar a UM fuera del Parlament. No lo consiguió y la venganza de UM fue pactar con la izquierda. Francesc Antich cambió la ley electoral para que las listas alternaran hombres y mujeres, pero no rebajó el porcentaje pudiendo hacerlo. Ese porcentaje puede ser ahora la guillotina para dos partidos, el PI y Cs. ¿A quién beneficiaría que no estén representados?