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El GIEC descifrado

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¿Han leído el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el cambio climático (GIEC)? Ha sido enviado sin retraso por los militantes del clima a personalidades políticas y empresariales. Este mandato ha conseguido destacar una institución con un destino aparentemente incierto y oscuro. Desde 1988 bajo la égida de la ONU, millares de científicos integrados en tres grandes grupos de trabajo se concertaron y empeñaron en obtener densas síntesis del estado de nuestros conocimientos sobre el clima, las vulnerabilidades de nuestras sociedades y esfuerzos, todavía demasiado limitados, de reducción de gases contaminantes. En 2007 este grupo de expertos intergubernamentales de la evolución del clima, que forman 195 estados, recibió el Premio Nobel de la Paz.

Sin embargo, este organismo fue durante mucho tiempo una caja negra. Quién se acuerda ahora de que la creación de esta institución fue apoyada y sostenida por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, los dos iconos del neoliberalismo, no para hundirla sino para contenerla y evitar que este objeto climático no fuera directamente confiado a las agencias de la ONU y escapara de la intervención de los estados. Después, regularmente atacada por los «climatoescépticos», el GIEC se ha centrado en una posición de neutralidad científica; hasta tal punto que hoy en día es acusado de despolitizar el tema climático y pensar implícitamente en una ecología de «las soluciones» fundamentada sobre la técnica y los mecanismos de mercado, capaz de producir una verdad que no molesta, con la consistencia del GIEC.
La aportación de la sociología explica de manera fascinante el parto doloroso de los resúmenes de intención de los ponentes después de larguísimas reuniones de aprobación. Cada coma es el resultado de estrictas negociaciones entre los científicos y los representantes de los estados miembros, con interesantes intervenciones de Arabia Saudita, que ha hecho todo lo posible para intentar taponar las conclusiones, eliminando menciones sobre los combustibles fósiles, aunque conviene señalar que no existe un ataque ciego contra el GIEC y los científicos que colaboran, que mantienen una especial delicadeza para la elaboración de los límites de los consensos científicos. Este análisis crítico permite reducir la lucha por el clima a una cuestión física y química.

Una posible alternativa de enfoque puede aproximarnos a la batalla cultural que deben emprender los partidos ecologistas, consiguiendo que su contenido ideológico tenga el adecuado nivel de profundidad sin perder capacidad de seducción entre sus afines, con libertad y una buena descripción de sus entornos, intentando reorientar sus intereses, agregando todas las demandas contradictorias en un conjunto coherente.

La mayoría sabe cómo ha cambiado el mundo. En cinco años hay una aceleración increíble en la toma de conciencia ecologista. Pero en lo que se refiere al mundo que nos rodea todavía se están esperando explicaciones, descripciones y aclaraciones. La urgencia y magnitud de los problemas ecológicos son acuciantes. De un lado se nos presentan proyectos avanzados, hidrógeno verde, y del otro se nos fuerza a un retorno al integrismo que crea dependencia. Exhiben su programa sin explicar cómo lo vamos a desarrollar.

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