Escasas semanas después de que la mayoría de economistas hicieran sus vaticinios acerca de lo que depararía el año 2020, ha aparecido un actor inesperado: la COVID-19, que puede suponer un 'cisne negro' en la economía internacional.
En diciembre del 2019, los principales analistas internacionales desgranaban sus vaticinios económicos concluyendo que no había señales de recesión económica, aunque cabía hablar de una paulatina desaceleración en China y Estados Unidos, un estancamiento en la eurozona y de una cierta recuperación de los principales países emergentes.
En diciembre, los cálculos sobre posibilidades de recesión eran inferiores al 15% en Europa y EEUU, pese a que en 2019 la desaceleración había superado las expectativas iniciales a causa de la incertidumbre por la guerra comercial entre China y los EEUU y los problemas del sector del automóvil. En lo concerniente a 2020, únicamente el ciclo electoral americano y la fase final del Brexit aparecían como potenciales focos de incertidumbre.
Dos meses después ya nadie pone en duda el efecto disruptivo causado por el COVID-19. Empresas siderúrgicas en China con stocks que nadie recoge, factorías automovilísticas ralentizando su producción ante la falta de piezas o lanzamientos de productos pospuestos por problemas logísticos, sin duda tienen efectos sobre la economía real.
El fear effect o 'miedo sobre miedo' era el único factor que podía amplificar los efectos de la desaceleración esperada en 2020. Citando a García Arenas (Caixabank Research) al referirse al fear effect: «Si la manera de percibir los riesgos citados acaba afectando a la confianza de los consumidores y al sentimiento empresarial, entonces el alcance de un shock puede ser mayor».
Los efectos de la COVID-19 son un claro ejemplo de fear effect. La percepción de la COVID-19 ha influido sobre consumidores e inversores amplificando sus efectos. Esta semana el IBEX 35 ha experimentado su mayor caída desde el inicio del Brexit coincidiendo con el anuncio de contagios en el Norte de Italia. La cercanía del virus cotiza en bolsa y tiene efectos indudables sobre la economía real.
El problema de este frenazo económico inesperado ha sido su amplitud y rapidez lo que lo puede convertirlo en un 'cisne negro' (evento inesperado) como fue la mezcla letal de las hipotecas basura y la abrupta e inesperada de subida de tipos de interés en 2006. Tal y como explicaba Krugman en una reciente entrevista, la próxima crisis puede ser el resultado de la suma de varios pequeños elementos (comer de tapas) y la COVID-19 puede ser un bocado difícil de digerir.
Un frenazo en la llegada de productos de Asia o su sustitución por proveedores más caros puede impulsar costes y precios al alza, empujando al BCE a subidas de tipos de interés que se sumarían a los efectos recesivos de la caída de la demanda. Parece inverosímil, pero un aumento de inflación provocada por el aumento del precio del petróleo en plena crisis condujo a la recaída del PIB en 2011. Ojo con el virus, porque ahora España, a diferencia de entonces, no tiene margen en su política fiscal y monetaria. Tenemos un nivel de endeudamiento excesivo, el déficit fiscal más alto de Europa y un BCE con tipos negativos que inunda los mercados con liquidez.
Esperemos que este año la primavera venga pronto y desaparezcan las gripes y la incertidumbre, pero mientras tanto conviene que tanto economistas, como instituciones y medios de comunicación contribuyan a la moderación y a establecer una visión ponderada de esta crisis.