El reconocimiento en la última edición de Innovem a la figura de Fernando Sintes Pons, el mestre heladero que fundó La Menorquina hace 75 años, no deja de ser un buen momento para hacer una mirada retrospectiva al talento de empresarios que impulsaron Menorca en el pasado.
La decisión y el carácter emprendedor de Sintes, liderando la revolución del sector durante los años de posguerra hasta transformar la empresa heladera en la primera marca líder en el sector español, sumado a una importante vocación exportadora frente a las circunstancias más duras y los racionamientos de materias primas como el azúcar, la capacidad de innovación o incluso un incendio inesperado, demuestran que las adversidades del hoy no eran distintas del ayer, y sin embargo, no se renunciaba al liderazgo.
Apellidos ilustres del olimpo empresarial menorquín como Montañés, Vidal Venturini, Mascaró o Taltavull a los que la cita empresarial celebrada la semana pasada en es Mercadal ha estado recordando estos últimos años, deberían hacer reflexionar a las generaciones actuales sobre las excusas que hoy nos ponen tan fácil de acuerdo que no se puede. Y no lo digo con el objetivo de mirar por el retrovisor para lamentarse de lo que fuimos o lo que tuvimos, sino para coger impulso y conseguir la excelencia en lo que estemos haciendo.
El periodista Víctor Lapuente reflexionaba en su libro “El retorno de los chamanes” que la velocidad a la que caminamos depende de dos factores: el tamaño de los pasos y la frecuencia. A menudo los grandes pasos suelen acabar en grandes caídas mientras que los pequeños pasos, más fáciles, despiertan la confianza y permiten tomar velocidad. Lapuente afirma que donde hay que aglutinar las energías está en conseguir una alta frecuencia de pasos y no en su longitud.
El Centre Bit de Alaior lo podemos interpretar como un gran paso o un pequeño paso. Yo lo interpreto como un paso firme hacia la creación de un clúster de referencia. Fuimos una potencia industrial y emprendedora pero todos somos conscientes que es casi un milagro que con los costes de la doble insularidad puedan existir todavía fábricas. Se mantienen aquellas que saben dar valor añadido a lo que producen y nacen sinergias muy prometedoras como la que han protagonizado recientemente Quesería Menorquina y Sa Cooperativa del Camp. Si nos lo proponemos podremos seguir siendo una isla de servicios para el sector turístico sin renunciar a una industrialización basada en la especialización. El reto es hacerlo lo mejor posible sin el todo vale.