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El voto en clave económica, por Pau A. Monserrat

| Palma |

Estamos a punto de participar en unas elecciones generales marcadas por la economía y las consecuencias, positivas y negativas, que esta ha tenido y tendrá en el bolsillo del ciudadano.

Al igual que el cliente bancario ha entendido que sin una cultura financiera adecuada no está en condiciones de contratar determinados productos y servicios, el votante descubre que sin adquirir unas bases económicas mínimas se pierde entre la abundancia de medidas que proponen los diferentes partidos políticos en liza.

Por desgracia, la gran mayoría de ciudadanos no ha adquirido conocimientos económicos en su ciclo formativo y busca este saber en tertulias y programas informativos varios. Un punto muy positivo es que el votante, contribuyente y usuario de servicios públicos, ha puesto el foco en un tema clave: la economía. Cómo se crea riqueza en un país y cómo se redistribuye esta después determina el bienestar de las familias; las propuestas que nuestros políticos hacen al respecto, por lo tanto, importan y mucho.
La zona gris aparece cuando un ciudadano medio ha de interpretar los programas y decidir qué partido le ofrece mejores medidas económicas. ¿Es mejor subir o bajar impuestos? ¿Economía de libre mercado o intervención? ¿Más funcionarios o más autónomos? ¿Banca pública o entidades financieras privadas? ¿Pensiones públicas o privadas? ¿Políticos con mayores o menores sueldos? ¿Más o menos políticos?

Miles son las preguntas que nos podemos y debemos hacer, algunas sin respuesta, otras falaces y las demás vitales para marcar el rumbo de una nación. Si esta tarea ya supone un esfuerzo titánico en sí, la cosa se complica aún más si tenemos en cuenta que muchas de las propuestas de los partidos son, en realidad, declaraciones de buenas intenciones, no vinculantes y demasiado generales.

Tomar decisiones con información asimétrica (solo los partidos saben qué políticas económicas aplicarán, si es que realmente lo saben) y sin la formación económica para analizarla adecuadamente supone una tarea delicada. Votar es un acto democrático decisivo y merece que nos tomemos algunas molestias. Al igual que recomiendo al cliente de un banco que ha de contratar un producto financiero complejo, el votante debería:

Formarse, actividad mantenida en el tiempo, para saber interpretar lo que dicen y lo que quieren decir nuestros gestores de la res pública.
Informarse, leyendo y comparando programas y declaraciones de los candidatos, además de analizar si la gestión anterior se corresponde con las promesas a futuro.

La tercera recomendación que damos a los clientes es que, si lo necesitan, busquen un profesional independiente que le asesore. No existen este tipo de figuras a la hora de votar, por fortuna. Sin embargo, sí que hay economistas que tratan de rasgar el velo de su ideología para aportar algo de saber “independiente” o, cuanto menos, transparente. Otra cosa es encontrarlos, efectivamente.

Ha llegado el momento de la política, no olvidemos qué nos prometen para juzgar lo que acaban haciendo. Personalmente, prefiero los ignorantes a los mentirosos. Pero no se crean que de mucho.

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