Ya están aquí las elecciones locales y autonómicas. Ya no hay tiempo para improvisar propuestas ingeniosas ni para sacarse conejos de la chistera sino, en unos días, que comiencen a gobernar los que hayan decidido las urnas.
Escuchaba en la radio esta semana un comentario sobre la viñeta de humor de un periódico norteamericano en el que, al parecer, se veía a un político con una cartera llena de billetes que los estaba tirando/repartiendo. A su lado se veía un matrimonio. El marido, con cara de satisfacción, le dice a su esposa más o menos así: “Ahí tiene un buen político, que reparte dinero entre sus ciudadanos”. Y la mujer, algo más apesadumbrada, le responde: “Sí, pero… ¿te has fijado que esa cartera es la tuya?”. Sin comentarios.
En línea con esto tenemos que ser conscientes de que en campaña electoral se hacen promesas, muchas promesas y muy variadas, algunas bastante pintorescas, pero en general todas implican “más-gasto-en-lo-que-sea”, a veces disfrazado de “inversión” pero que acaba siendo “gasto” porque, tras la inauguración, habrá un desembolso recurrente para mantenerla en perfecto estado de uso.
En general, los políticos que nos gobiernan solo miran una parte del balance, la del gasto e inversión, y esperan que la otra, la del ingreso y la recaudación, se vaya llenando como si de unos hijos adolescentes se tratara y que (casi) siempre ven la nevera aprovisionada, sin ser muy conscientes del origen de esas provisiones (el duro trabajo de sus padres).
No les culpo de ese tuerto -solo ver por un ojo- planteamiento puesto que, en su mayoría, han llegado a las lista por su incondicional dedicación al partido, desde otros cargos políticos o puestos funcionariales y, a veces, sin mucha experiencia en cuestiones de gestión empresarial o dirección de personas. Todo ello redunda en que ellos -los políticos- acaben gastando... por encima de “nuestras” posibilidades.