Comentábamos en un artículo anterior la existencia de fenómenos de la ciencia económica que repercutían en nuestra cotidianidad, afectando incluso a ese preciado intangible que denominamos felicidad. Siguiendo ese hilo, y sin perder el afán didáctico, hoy nos sumergimos en un juego de palabras que pretende analizar lo que da de sí una jornada de información económica. Por ejemplo, la del pasado fin de semana.
Leo que el sector turístico y de viajes, ese que representa el 84,7% del PIB balear, registró un superávit de 19.700 millones de euros hasta julio. Son datos de la balanza de pagos difundida por el Banco de España. Este resultado es consecuencia de unos ingresos que alcanzaron los 26.700 millones de euros, gracias a que los 45 millones de turistas que nos visitaron gastaron más de 43.500 millones, un 7,4% más que en 2013. Según estos indicadores, España, con Balears a la cabeza, va camino de cerrar otro buen año turístico.
Pero también leo que la exportación y el turismo no bastan para consolidar la recuperación, ya que la demanda interna es básica en esa lid. Después de meses en positivo, los indicadores apuntan que el consumo no despega. No hay que olvidar que el gran consumo, capitaneado por la alimentación, supone el 20% del PIB del país y tiene la capacidad de ejercer como motor económico de la recuperación. Es un mensaje claro: España puede y debe crecer mucho más que el conjunto de Europa, pero debe reformarse a fondo.
Leo que un joven empresario pregunta sobre el tipo de cambio del euro, porque tiene que fijar precios en libras, rublos y dólares en el catálogo de productos de su empresa. Con un euro devaluado, su capacidad de exportación aumenta y crece su beneficio. Otro empresario pregunta cómo evolucionará el sistema bancario. Concretamente, cuándo y a cuánto prestarán los bancos a las pequeñas y medianas empresas. Poco les importa el programa de adquisición de titulizaciones del BCE o la política liberal de la FED.
Esos empresarios que compran máquinas, pagan salarios y venden en el extranjero, comprenden perfectamente que la macroeconomía no es más que la suma de muchas microeconomías, las de las empresas que venden bienes y servicios y, en último término, las de las personas. Saben que disponer de financiación asequible y tener un tipo de cambio competitivo les ayuda en su labor, y que si las personas compran más, las empresas venden más, ganan dinero y fomentan el empleo. Todo es sencillo de entender y difícil de hacer. Sigamos.
Leo que Bruselas no toleraría una independencia de Catalunya, porque lo necesario es lo contrario: fortalecer la UE para que tenga un presupuesto federal mayor. A esa tesis se suman empresarios del Ibex y bancos de inversión que ven en el desafío soberanista catalán y en el ascenso de Podemos las mayores amenazas para la recuperación económica.
Leo que en el año 2050, China será la primera economía global del planeta e India, la tercera. En España, mientras, se ofrece un plan de choque para una regeneración creíble, donde prestigiosos economistas desvelan las medidas para consolidar la recuperación y restablecer el crédito institucional. Desinflar el Estado, recortar organismos y cargos políticos y bajar los impuestos son medidas ineludibles para estos expertos.
Leo que en la Cumbre del Desempleo de Milán se discute el margen de flexibilidad ofrecido por las normativas fiscales y el alivio que podría proporcionar la política financiera del BCE. Solo de reducirse a los niveles europeos el elevado fraude laboral, todavía existente en España, se generarían 800.000 empleos y el paro bajaría hasta un 11%. Se necesitan medidas mucho más audaces que las que se están considerando, porque es demasiado tarde para hacer demasiado poco.
Escribo, al final, que lo que verdaderamente va a marcar la diferencia a largo plazo es que este país crezca gracias a las políticas y reformas que se lleven a cabo. No solo para que la recuperación sea más intensa, sino también más justa y equitativa, más sostenible y duradera. En dos palabras: más equilibrada.