Tras su paso por una edición histórica de los Goya, que encumbró como mejor película El 47 y La infiltrada, por la que Nausicaa Bonnín (Barcelona, 1985) estuvo nominada como actriz de reparto, la catalana regresa a Palma, la que es también un poco su casa –sus abuelos por parte de padre, el conocido director y actor Hermann Bonnín, fallecido en 2020, eran mallorquines–, con la obra La presència. El montaje escrito por Carmen Marfà y Yago Alonso y dirigido por Pau Carrió se podrá ver el próximo viernes 28 de febrero en el Teatre Principal.
¿Cómo vivió el insólito momento en que ambas películas ganan ex aequo y su paso por los Goya?
—Fue muy bonito y emocionante. Tenía muy claro que no me llevaría el Goya, porque era bastante evidente que ganaría Clara [Segura, por El 47], era lo más justo porque hace un papel precioso. Para mí fue un regalo poder compartir ese momento con ella. Siempre es divertido pasar por los Goya, disfrazarte y celebrar el cine; porque, al fin y al cabo, no deja de ser una celebración.
Sin embargo, en las últimas ediciones se ha denunciado con más ahínco la precariedad en la industria. Entre tanto glamur y espectáculo está también la inestabilidad laboral.
—Sí, y es importante recordar eso. Como señala la Associació d’Actors de Catalunya, solo el siete por ciento podemos vivir de esto. Los Goya no dejan de ser un evento, pero se aleja mucho de lo que realmente es nuestra profesión que, ciertamente, depende del público. En ese sentido, sí que hay un poco de show, pero no tiene nada que ver con nuestro trabajo que a veces puede ser precario y otras no. Por ejemplo, puedes tener dos años de mucho trabajo y luego estar quince sin trabajar, pero eso pasa en muchas otras profesiones artísticas, básicamente las que no son de oficina con un horario fijo. Todo es muy precario en general, debemos plantearnos muchas cuestiones más allá de si nuestra profesión es precaria o no. Se tiene que ser consciente de que es una fiesta, de que pretendemos emular un mercado norteamericano que funciona de otra manera, que tiene una parte positiva, porque estamos vendiendo nuestro producto, nuestro cine, que depende de un público que necesita espectáculo, pero no olvidemos de qué está hecho y para quién.
En una entrevista a este periódico hace ya doce años, cuando Tres dies amb la família le valió un premio en Málaga y en los Gaudí, lamentó que «si no sales en televisión no eres nadie; y eso es injusto y erróneo». ¿Sigue pensando así?
—Creo que cada formato tiene su público y también un objetivo diferente. Cuando trabajas en televisión estás en las pantallas de todas las casas y, en cambio, en teatro tienes a un público más exigente, que se implica de otra manera. Al final, todo es complementario y no creo que una cosa sea mejor que otra. Me gusta hacer cine, televisión y teatro porque a mí personalmente me aportan cosas distintas. En teatro tienes que conseguir llegar a 700 espectadores, hasta la última fila, mientras que la televisión es multipantalla: a la vez que ves la televisión puedes mirar también Twitter o cualquier cosa en el móvil. Es interesante investigar todos los formatos, que se retroalimentan.
Regresa a Palma con La presència, una historia sobre la familia y los fantasmas, pero con un punto cómico. ¿Cómo se consigue eso?
—En momentos de tensión es justamente la comedia lo que sale primero. La típica escena de un tanatorio es de humor negro. El miedo y la risa no están tan alejados, aunque al principio no lo parezca. La presència es una comedia que tiene una trama de suspense. Tengo que reconocer que también creía que era difícil hacer una comedia y a la vez una historia de miedo, pero hemos podido comprobar que están muy cerca. Ha sido todo un aprendizaje.
La familia es una de las instituciones más importantes y controvertidas. Uno no escoge la familia en la que nace y a veces puede convertirse en una losa...
—Es un tema que no tiene final. La familia es el núcleo más pequeño y, a partir de ahí, se construyen otros. También se ha cuestionado mucho qué es familia y que no, porque es algo muy universal y, a la vez, muy personal: es la primera fuente de seguridad y de conflicto. En el caso de La presència, se juntan dos hermanos, y la pareja de uno de ellos, ante la muerte del padre. El punto de partida es esa relación fraternal frente a la pérdida del padre y que se da en medio de la montaña. A partir de ahí puede pasar cualquier cosa. Creo que es una obra con la que todo el mundo puede empatizar.
En cierto modo recuerda a la película Tres dies amb la familia...
—Puede que el punto de partida resulte parecido, pero es porque la familia y la muerte son temas universales y es muy fácil que te lleguen, tengan el argumento que tengan. Tres dies amb la família era un drama familiar y La presència es una especie de comedia de miedo. Es cierto que en ambas se reflejan ambientes en los que surgen conflictos familiares íntimos.
¿Qué proyectos tiene en marcha?
—Tenemos una gira con La presència, sobre todo de cara al otoño, y en breve empezaré a rodar una serie para Atresmedia.
Muy buena actriz.