Imagine el lector que va caminando por el campo un día cuando, de pronto, algo brillante llama su atención. Tras escarbar un poco en la tierra, descubre un objeto metálico con siglos de historia. Puede ser un resto de espada, una moneda de la época de Jaume I, o alguna joya preciosa. Probablemente quien halle el objeto piense que está de enhorabuena, y así es, pero contrario a lo que algunos pueden imaginar, lo cierto es que no puede ni debe quedarse dicho objeto sin más. La ley de Patrimonio Histórico Español determina que los hallazgos de este tipo, ya sean casuales o no, deben comunicarse a las autoridades pertinentes, incluidos aquellos descubiertos en propiedad privada.
El problema es que lo que se debe hacer y lo que se acaba haciendo, muchas veces, difieren mucho. Mallorca posee una gran –y para muchos– sorprendente cantidad arqueológica. Principalmente marina, lo que no es de extrañar al tratarse las Balears de pueblos en general abiertos al mar y en contacto desde hace siglos otras comunidades y culturas. El lecho marino, pues, rebosa de naufragios, pecios y un sinfín de objetos a lo largo y ancho de la costa. La falta de una Carta de Arqueología Subacuática completa provoca que haya muchas zonas oscuras sobre qué hay y dónde en nuestro querido mar. La costa norte de la Serra, por ejemplo, es un total misterio a día de hoy.
‘Suvenirs’
Es por ello que expertos como Sebastià Munar, arqueólogo terrestre y subacuático, apuntan a los expolios marítimos como un problema que «viene desde hace mucho y que pasa más de lo que creemos». En parte se debe a una razón obvia: desde la superficie es imposible ver qué hace alguien bajo el agua. Por ello, es una práctica bastante común que embarcaciones visiten nuestra agua con el objetivo de bucear y llevarse un suvenir diferente al típico imán de nevera.
«Se hace desde los años 50, en economía de posguerra, cuando la gente vendía esto en el mercado negro», detalla Munar que comenta que la ley mencionada antes prohíbe expresamente la actividad, pero «¿detiene por ello el expolio?». La respuesta es obvia.
Si bien es cierto que se hace más «a escondidas» y también hay que hacer la separación entre «alguien que va nadando y se encuentra un ánfora por casualidad y los profesionales que saben perfectamente lo que hacen. El problema son estas mafias, este último grupo de personas». El problema es de tal calibre que Munar cree basándose en datos de Catalunya, una región cercana y muy similar a Balears en cuanto a tráfico y material arqueológico subacuático (y con menos kilómetros de costa que Mallorca) que «más del 90% de los yacimientos han sido afectados de una manera u otra».
Detectores
La otra pata del problema son los detectoristas de metales. Seguramente les habrán visto alguna vez, con sus característicos aparatos buscando en la arena de la playa o en el campo. Recientemente el yacimiento de Almallutx sufrió un expolio en el que se usaron estas herramientas. Un practicante de esta actividad, Antonio Martínez, que lleva más de una década «buscando» deja claro que la mayoría de ellos saben qué pueden hacer y dónde buscar. «Si buscas en zonas no señalizadas y que no son yacimientos no tienes por qué tener problemas», comenta, pero es consciente de que «sí hay algunos que lo hacen y nos manchan al resto».
Da totalmente la razón a los expertos y no le quita hierro al asunto –nunca mejor dicho–, ya que «si lo dicen es porque saben de lo que hablan», pero también quiere dejar claro «es un pequeño porcentaje» compuesto por «gente inexperta» y otros que lo hacen mal a propósito, pero «en general» los detectoristas cumplen la normativa, que no deja de ser algo ambigua en su caso.