En Aix-en-Provence (Occitania), la traductora Maria Antònia Perelló (Inca, 1957) descubrió un pequeño libro ilustrado de cuatro cartas que escribió el francés Alphonse Daudet (1840-1897), como las conocidas El secreto de maese Cornille o La cabra del señor Seguin. «Parecía un libro para niños y eso me llamó la atención. Además, tenían la gracia y profundidad de los cuentos antiguos, pues estaban escritos con ingenio, de forma divertida e irónica y a la vez con una profundidad filosófica a la altura de Montaigne. Así que decidí traducir estas narraciones al catalán para mis nietos», recuerda.
Aquí fue cuando el director editorial de la Nova Editorial Moll, Tomeu Canyelles, propuso a Perelló traducir todas las cartas del autor francés, un total de veinticinco, que vieron la luz por primera vez recogidas en un volumen de 1869 –Daudet las iba publicando en el periódico Le Figaro– y que ahora llegan por primera vez en un volumen en catalán. «Había algunas que ya eran conocidas por los modernistas de la época. Por ejemplo, Gabriel Alomar tradujo La cabra, Joan Alcover citó Daudet en un artículo en el que hablaba de nuestra lengua y la comparaba con el provenzal, que estaba destinada a desaparecer y a permanecer como lengua literaria, y Miquel dels Sants Oliver califica de ironía poética El Far de les illes Sanguinàries, que le impresionó mucho», explica Perelló.
Por otra parte, como el propio título sugiere, son cartas escritas desde su molino y, sin embargo, ese molino nunca existió. Incluso en el prólogo, Daudet incluyó una suerte de contrato de compraventa ficticio para dar más verosimilitud a su relato. «El molino es un símbolo del paso de una Provenza que muere, la de una economía agraria. En Mallorca ha sucedido algo similar. Maria Antònia Salvà tiene un poema, Elegia del molí, donde lamenta que el molino en el que jugaba en su infancia ahora está en ruinas», explica.
Para la traductora, el conjunto de las narraciones de Daudet reflejan su «visión impresionista de Provença» que, insiste, «se aferra a la lengua y tradiciones populares para sobrevivir más allá del tiempo en contra de una Francia que se impone, abrumadora». Asimismo, Perelló destaca que bien podrían considerarse «cuadros de costumbres» a la «manera de los románticos, que querían fijar oficios y tradiciones porque se daban cuenta de que ese mundo ya se estaba desvaneciendo». En este sentido, sobresale la carta dedicada al Premio Nobel Frédéric Mistral, pues entraña «muchos elementos, como la amistad que les unía y la influencia de Mistral como referente literario».
Además del contrapunto que constituye París y su visión de ciudad «ruidosa y oscura», Perelló detalla que, a través de los personajes que habitan las historias, resigue «todas las caras del alma humana». «Encontramos a personajes muy fieles que sienten un gran respeto por sí mismos, también desfilan otros seres más simples y humildes, desheredados e incluso víctimas del progreso y la vanidad que destruye el ser humano».