Dice Alberto García-Alix que para él las fotos de jeringuillas clavadas en brazos no son «duras», sino que eran lo «normal» en los círculos en los que él mismo se movía. Sus amigos y él mismo vivían, se ‘chutaban', bebían, iban de fiesta. Y mientras todo esto pasaba, García-Alix hacía fotos. Hoy, su trabajo es una «ventana» a una época, un contexto y unos valores que han cambiado para siempre. El de León estará hoy en el Museu Fundación Juan March, a las 19.00 horas, donde conversará sobre su trayectoria con Horacio Fernández y Toni Amengual, y entre hoy el domingo formará parte del programa de Encuentros fotográficos del Centre Internacional Toni Catany de Llucmajor.
Curiosamente, lo que hizo que García-Alix quisiera inmortalizar lo que veía fueron las motos. Él mismo destaca que fue a «una carrera de motos» en la que un amigo suyo estaba sacando fotografías y le pidió a su padre que le regalara una cámara. Algo que, obviamente, hizo. Tras ello, García-Alix se fue de casa de sus pares con 18 años y «ya no volví a las carreras», pero no se separó de su cámara allá donde fue.
Y si empezó por esta afición motera, que, por otro lado, nunca ha abandonado, continuó apuntando con su cámara porque «ya me había enamorado de la fotografía y fui aprendiendo sobre lo que era el hecho fotográfico». Había también, en estos primeros años de aprendizaje autodidacta, algo de misterio, de emoción. Y es que García-Alix no tenía, como él mismo señala, «ningún conocimiento», pero en cualquier caso «en aquella época todo esto me parecía magia que echaras un papel en los líquidos y saliera lo que habías visto», una circunstancia que «sin tener ninguna idea de la fotografía me parecía mágico además de su componente químico».
Poco a poco fue educando la «mirada» y lo que veía se parecía cada vez más a lo que el papel revelado reflejaba, y centró toda su atención en lo que le rodeaba. Y esto era su entorno de amigos, drogas, momentos ociosos. Sus poderosos e impecables retratos se coronan por las miradas de los retratados. El resto, es su propia mirada la que no vemos, pero nos permite ver su mundo.
«No soy el fotógrafo de la Movida, me he cansado de repetirlo», señala García-Alix, «viví aquellos tiempos, pero no hice fotos de la Movida, sino de mi entorno más íntimo» y ahora, echando la vista atrás, sus recuerdos y sus fotos se funden, pero porque se parecen mucho: «La luz, el momento, el decorado, la ropa, cómo vestíamos, cómo éramos. Es una ventana a todo eso».
Libertad
Confiesa García-Alix que no le daban importancia a lo que hacían: «Éramos jóvenes y vivíamos aquella eclosión de libertad en la que teníamos progresión, agitación, performance, que eran valores en alza, ahora es al contrario», critica el fotógrafo que también denuncia que «estamos viviendo un momento de involución política muy extraña, de recortes, de censura», y frente a ello «la fotografía puede ser una buena herramienta para hacer una lectura de los tiempos porque es una ventana».
La suya, es una ventana en blanco y negro «de mucho valor poético» para él, sí, pero también para los que nos asomamos a ella y sirve de escudo contra aquellos que ahora, quizá, quieran contar otra historia sobre lo que el periodo entre el 75 y los 90. «No me pueden mentir a este ese punto», se muestra seguro García-Alix que avanza también que es un testimonio para los que no vivimos la Transición.