Federico García Lorca finalizó la que fuera su última obra de teatro, La casa de Bernarda Alba, con un simbólico y contundente «¡Silencio!» en voz de la propia Bernarda, la madre que impone un luto de años a sus hijas tras la muerte del marido. Este cierre de la obra se da justo después del suicidio de Adela, la menor de las hijas, que acaba con la ausencia de palabra y voz, precisamente uno de los problemas que afrontan los personajes ideados por el granadino. ¿Qué ocurrió tras todo esto? ¿Qué pasó en esa oscura y opresiva casa? ¿Y quién nos lo puede contar? Ahí aparece Poncia, la criada de Bernarda Alba, testigo mudo de toda la tragedia que ha decidido no callar más. Con esta premisa juega Poncia, la obra de Luis Luque que recrea al personaje de Lorca desde sus intervenciones en el texto del poeta y dramaturgo para abordar el instante inmediatamente posterior a esa orden de silencio de Bernarda. Es Lolita Flores quien encarna a Poncia en un papel hecho, literalmente, a su medida en el Auditòrium de Palma sábado (a las 21.00 horas) y domingo (a las 19.00 horas).
En ocasiones es difícil elegir entre los proyectos que a uno le llegan, ¿fue esta una de esas veces o le resultó fácil?
— No, no fue nada difícil. Además, esta es una Poncia un poco diferente. Sigue siendo la de Bernarda Alba, pero por su boca no sale el texto de Federico [García Lorca], sino otras palabras puestas muy bien por Luis Luque que hizo expresamente este personaje pensando en mí, por lo que esta Poncia está hecha para mí.
La casa de Bernarda Alba queda callada al final de la obra de Lorca con ese grito de la matriarca en la que exige silencio, siendo literalmente la última palabra del texto del granadino. Frente a ello, Poncia se rebela con un monólogo que rompe ese silencio. ¿Qué palabras de Poncia se oponen al silencio de Bernarda?
— Unas frases maravillosas a través de unos textos de Luque que se ha mimetizado con Federico en esta obra y otras como Doña Rosita la soltera y algunos poemas. Es una Poncia justiciera, libre, que ama la justicia y se culpa de muchas cosas y pone a todos en su sitio.
¿Qué contexto es el que encontraremos en la casa de Bernarda al inicio de la obra?
— La obra empieza justo después de que Adela se haya colgado. Es un drama, lógicamente, un monólogo con una escenografía maravillosa, luces impresionantes, y una Poncia que va y habla mucho más allá que la de La casa de Bernarda Alba. Es un canto a la libertad, a amar libremente y a saber que la letra con sangre no entra.
Todas las mujeres de la obra de Lorca son, en cierto sentido, víctimas de una tradición que no han elegido. ¿Debemos ser más libres a la hora de analizar estas tradiciones?
— No soy amiga de criticar las tradiciones. Son épocas y esto se escribió en el 36. Es cierto que las mujeres estaba superoprimidas, no tenían ni voz ni voto, las mandaban casarse con gente que no querían, y en este caso es una historia de amor que acaba muy mal por culpa de Bernarda.
¿Por qué cree que se vuelve a Federico García Lorca continuamente?
— Porque escribe con una sensibilidad y una verdad y con un adelanto a su tiempo tremendo. Por eso sigue estando donde está. Él fue víctima, pero aunque no lo hubiera sido seguiría estando en todas las librerías y teatros porque es un genio.