«Para mí, la historia del deseo es fundamentalmente la historia del fracaso, todo lo que quise y no pudo ser, todas las veces que temblé en la distancia entre yo misma y aquello que amo». Así arranca la segunda novela de Sara Torres (Gijón, 1991), La seducción (Reservoir Books), que presentará el próximo jueves día 2 de mayo en la librería Drac Màgic de Palma.
El deseo, por definición, es anhelar y aspirar algo que no se tiene y que se persigue. Por tanto, en cierto modo esconde un sufrimiento, que es todavía más hiriente si no se cumple. Ese es el caso de la protagonista. ¿Cómo lo ve como autora o como mujer?
—Personalmente, si pienso en la historia del deseo, por un lado sería la historia de los encuentros alegres, que es cuando la vivencia del deseo se puede materializar y desde luego querría eso para todas. Por otra parte, está la experiencia del deseo, ese temblor propio de un cuerpo deseante muy vinculado a la espera por el encuentro y la posibilidad de truncamiento, de nunca alcanzar lo que buscamos. La historia emocional del deseo está muy marcada por la posibilidad del fracaso, incluso muchas veces las experiencias más agudas del deseo están vinculadas con la ambigüedad, con la duda.
La protagonista es una fotógrafa de 30 que desea –también retratar– a una importante escritora de 50. Parece que esta última ejerce el rol dominante. ¿Es un patrón?
—Creo que venimos de tantos relatos de abusos patriarcales con diferencia de edad que cuando nos encontramos con una situación así, aunque la joven no es menor o ni siquiera una veinteañera, tendemos a buscar esa situación de poder. Precisamente quería mostrar esa ambivalencia que se da en un encuentro entre dos mujeres donde no hay un lugar de poder tan claro. ¿Quién es más insegura de las dos? Ambas lo son y los tiempos son muy lentos, porque hay una espera con el objetivo de crear un lenguaje compartido del deseo antes de materializarlo. Me parecía que era una propuesta de ética.
La escritora reivindica la necesidad de tomarse las cosas con calma, dice «escribo para no tener que ir con prisa por las mañanas, de camino a la oficina. Para no tener oficina, y que mi trabajo no se parezca al trabajo». ¿Es algo que le sucede también a Sara Torres?
—(Risas). Soy una persona muy lenta. De pequeña, vivía en una ciudad del norte donde iba caminando por todos los sitios. Además, tampoco en la infancia me enseñaron a llenarme de planes, sino todo lo contrario. Lo más bonito que mis padres me enseñaron es que, más que el colegio o las notas, lo más importante era comer y dormir, descansar y disfrutar de los placeres cotidianos. Visto así había cierto hedonismo en mi base educativa. Luego pasé de vivir de Gijón a Londres, lo cual fue un shock increíble. Viví en Londres ocho años y, del susto, el cuerpo se me aceleró muchísimo, aprendí a sobrevivir en los ritmos frenéticos. Porque, al final, el cuerpo se engancha a lo frenético por esa lógica de premio, como si viviéramos en un videojuego en el que hay una recompensa, unas moneditas. Conocí pues los extremos de las velocidades. Siempre me ha interesado la temporalidad. Intentaba reflexionar sobre eso en los tiempos del deseo, muy movidos por la experiencia de la temporalidad.
Hay un punto en el que la narradora se pregunta por la figura de la escritora, «la autora contemporánea que mejor ha representado la realidad de la pasión». Es algo que parece hacer referencia a lo que dicen de usted...
—(Risas). Pensaba en la paradoja que supone que una persona que escribe sobre sexualidad o deseo no lo ponga tan en el centro, porque una podría imaginar que alguien que escribe de esta forma priorizase lo sexual en sus relaciones, pero ¿y si no fuera así? Me interesa que la fotógrafa empieza a desear a la escritora a través de las escenas sexuales que esta escribe, pero luego se impacienta en la espera al encuentro corporal entre ellas. Para la escritora lo más importante es preparar el deseo, que tiene que ver con su forma de apreciar la sexualidad.
¿Por qué eligió que la protagonista fuera fotógrafa y no escritora? Aunque las autoras también pueden ser una suerte de fotógrafas que retratan intimidades o fabulan sobre la vida de las personas que retratan...
—Quería que la novela fuera como un guion de cine, aunque no convencional. Mi intención era que estuviera escrita a través de las fotografías que no pudo tomar. Desearíamos poder guardar para siempre ese momento en el que anhelamos algo. Escritoras y fotógrafas compartimos ese fetiche por las imágenes.
El deseo de la protagonista está muy ligado a la percepción de su cuerpo, que es claramente muy negativa. Tiene hambre de gustar, de ser aceptada, deseada…
—Al final, la imagen corporal es una mediación constante en los procesos de deseo. Parece que cuando nos estamos enamorando no solo vemos la imagen y el cuerpo que deseamos, sino que constantemente miramos la imagen propia para revisarla y prepararla. Ese enamoramiento cuyo fin podría ser estar fuera de mí misma para fundirme en un mundo nuevo se convierte en una ansiedad narcisista. Y todo esto viene de la imposición del ideal estético, que genera
sufrimiento psíquico vinculado a la imagen corporal.
La tensión principal de la novela se produce cuando, a pesar de que hay en principio un acuerdo de que la fotógrafa retratará a la escritora en su intimidad, esta se opone.
—Es que un deseo de compartir intimidad no implica la apertura y la claridad totales de la intimidad. Creo que mi generación vive con prisa el acceso a lo íntimo y así quería mostrarlo con esta tensión generacional. En la novela, la intimidad es revelada a través de la afinidad según esta se construye. Aunque la escritora le abre la puerta de su casa, eso no quiere decir que esté dispuesta de buenas a primeras a entregar sin límite a la intimidad.
El acto de tomar una fotografía tampoco es igual para una mujer de 30 que una de 50. Para esta última generación, casi implica un ritual, pero para las jóvenes es algo rutinario.
—Y entrar con una cámara en un espacio íntimo puede resultar agresivo, hay que tener en cuenta esa posibilidad, así que hay que negociar cómo lo haces. En todo caso, las dos son muy respetuosas y todo ese respeto a veces también dificulta la posibilidad de entrada en lo sexual. El respeto que nos tenemos entre mujeres puede dificultar el acceso a lo sexual. Especialmente cuando media el miedo al rechazo, a molestar.
Por otra parte, cuando recuerda a la madre, la protagonista asegura que estaba más pendiente de»satisfacer a la lente como nunca había querido satisfacer a la hija», ¿cree que es algo que puede pasar a todos?
—Creo que es bastante común pero poco confeso en sociedades muy marcadas por la moral y la imagen pública. A veces actuamos para ser vistas, para vernos siendo vistas, y hay gestos de lo maternal que ocurren en el espacio público que son muy teatrales. Y eso sucede especialmente con los cuerpos sobre los que recae mayor exigencia social y el de una madre es de una exigencia social insoportable.
En conjunto, la novela parece más bien un diario personal marcado por el deseo.
—Pienso que mi escritura se caracteriza por no seguir la lógica de ningún género, sino que voy buscando los recursos para contar lo que necesito. Hay lectoras que me han dicho que parece un guion de cine, otras una obra de teatro... Claro que también podría ser el diario de una seducción o incluso el diario de dos personas, porque primero tenemos acceso a uno y luego al cuaderno de la otra, finalmente hay una conversación entre ambas intimidades.