La coreógrafa Maria Magdalena Garzón (sa Cabaneta, 1979) descubrió la obra del reconocido fotógrafo Toni Catany cuando estaba investigando sobre «bodegones y quietudes». Le llamó la atención precisamente su última serie, Altars profans (2009-2013). «Me interesa el desarrollo poético y filosófico, la sutileza que se encuentra entre lo vivo y lo muerto», explica la artista, afincada en Barcelona. Precisamente así tituló su proyecto para participar en los Premis Coreogràfics del Institut del Teatre de Barcelona y que este viernes por la tarde presentará en el Teatre Principal d'Inca. Se trata de una pieza breve de 15 minutos, puesto que ese era un requisito para el certamen, interpretado por Iris Borràs, Èlia Genís, Carla Piris y Anna Tejero. Las dos funciones –a las 20.00 y las 20.30 horas– forman parte del programa Dies de dansa.
Para Garzón, la gran paradoja es que Altars profans aúna «movimiento y muerte». «Las fotografías transmiten un estado que está entre la quietud y el movimiento, algo que a su vez abre un amplio abanico de interpretaciones para el espectador», añade. En todo caso, tanto el espectáculo como en la obra de Catany está marcado por la oscuridad. «En Inca trabajaremos para que la relación con la luz sea especial. En este sentido, sí que hay una inspiración en el cromatismo, en los tonos de las imágenes, y en esa sensación de cuando entras en una casa museo, donde todo está perfectamente colocado y, por tanto, tienes miedo a tocar. Ese profundo respeto», detalla.
Por otra parte, sobre los bodegones, Garzón señala que «puede que en las fotografías no se note, pero en las pinturas de bodegones se da un trampantojo, parece como si la pintura se vertiera la pintura, como si esta se moviera». «Los bodegones tienen una potente carga religiosa, que no me interesa tanto, pero sí la espiritual», añade.
Garzón ha estado en contacto con la Fundació Toni Catany y el Centre Internacional de Fotografia, donde el año pasado presentó Verònica. Poètica de les floreres. «Antoni Garau me contó cómo trabajaba Catany: en sus viajes recolectaba muchos objetos, con los que luego construía sus altares para tomar fotografías. Es un proceso muy performativo y escenográgico, ya que montaba el altar con una tela, compraba flores a propósito... Y luego elegía muy bien el tipo de luz que quería y, cuando terminaba, lo dejaba todo en su sitio», matiza.
«Para mí esos altares son una imagen de intimidad, de unas figuras fantasmagóricas que siempre están luchando con la imposibilidad de poder ponerse realmente en un lugar. Es como una paz inquietante», aclara. Así las cosas, la pieza de Garzón es una propuesta «contemplativa y reflexiva» que se configura en «varias capas de significado».
De cara el futuro, la mallorquina avanza que está «en negociaciones» para hacer una coproducción de este mismo espectáculo, pero una «pieza completa». Asimismo, está inmersa en un proyecto de danza con personas invidentes y proyecta llevar a cabo «una audiodescripción de la danza para personas ciegas».