Carme Serna (Palma, 1981) es actriz, payasa de clown de hospital, cantante y más recientemente, al menos de forma oficial, escritora. Algo que se ha formalizado a raíz del Premi Mercè Rodoreda de Òmnium Cultural, que ha recibido recientemente por su libro de cuentos Perdona'm per desitjar-ho tant (Proa). Lo presentará el próximo martes 27 de febrero en la librería Drac Màgic de Palma, a las 18.00 horas.
Esa variedad de «vocaciones» la ha provisto, reconoce, de un valioso «aprendizaje». «Cada proyecto me demuestra que tenemos la oportunidad de fracasar, algo que forma parte de la vida. Socialmente nos hemos empeñado en tener éxito, pero somos más fracaso que éxito y tenemos que abrazarlo. Como payasa de hospital me he dado cuenta de que, cuando más se ríen los niños es cuando me tropiezo o me caigo. Eso es una enseñanza muy bonita para la vida: cuando más se fracasa, más éxito se tiene. Tenemos que reírnos un poco de nosotros mismos», razona.
Contradicciones
El fracaso, las contradicciones e incomodidades también impregnan los cuentos de Perdona'm per desitjar-ho tant. El primero, titulado La dona que corr, aborda la maternidad, pero, como ocurre en todos estos relatos, desde la oscuridad o la «ambivalencia». «Si hay alguna palabra para definir la maternidad esta es ‘ambivalencia'. Es una experiencia que te pone en la tesitura del amor, el odio... De nuevo, es importante abrazar esas contradicciones», insiste.
El amor, es otro sentimiento que explora Serna, por ejemplo, en Katja. Este relato, como ella misma apunta, habla de la «expulsión que sentimos por culpa del turismo masificado» y es también «una crítica a ese turismo». «El protagonista lamenta que sus amigos han tenido que marcharse a un lugar donde el café no cueste tres euros, pero, paradójicamente, se acaba enamorando de una guiri sueca», revela. Así las cosas, la autora pone a los personajes en lugares incómodos, llenos de incongruencias.
En otro, Eulàlia, la amistad y el amor pueden llegar a confundirse. «La protagonista está deslumbrada por su amiga Eulàlia. Ambas tienen catorce años, pero Eulàlia va tres pueblos por delante y se aprovecha de ello. No deja de ser una relación tóxica, pero, al mismo tiempo, Eulàlia es la que le abre la puerta a un mundo inaccesible, a la adultez. Eulàlia es un torbellino que le arrebata todo, el póster de James Dean que tiene en la habitación, sus pendientes o botas preferidas», detalla, a la vez que señala que «los cuentos se ambientan en la adolescencia y en la entrada a la madurez, ese momento incómodo en el que dejas atrás la infancia para siempre».
Y es que el deseo también está muy presente en estas páginas. «Hay algunos personajes que desean específicamente que otro se muera. Es un deseo que, lógicamente, no se dice en voz alta, pero es más habitual de lo que creemos. A mí me interesaba explorar ese deseo más oscuro pero igual de lícito. Al fin y al cabo, no decidimos lo que deseamos. Desear, de hecho, es una de las cosas más libres que tenemos. Por ello, intentar atar un deseo o querer encasillarlo en una moralidad o juicio no funciona, acaba saliendo mal», apunta.
Sueños
Algo parecido sucede con los sueños, pues en el terreno onírico impera el simbolismo. Esa característica, dicho sea de paso, queda muy bien reflejada en la portada del libro, obra de la artista italiana Daria Petrilli. «La propia portada parece un cuento. Me gusta mucho jugar con el realismo mágico y el género fantástico. Flirteo con la fantasía; o directamente son cuentos fantásticos, tal vez. La parte onírica me permite explorar subtextos, entender las cosas desde un lugar que no es cotidiano. Ayuda a entender el subconsciente», aclara. En este sentido, a Serna le interesa hablar de «lo que no controlamos, que son los deseos, los sueños».
«Me he dado cuenta de que tengo mucha tendencia a poner la imaginación en un lugar de prestigio. Suelo colocar la fantasía y la imaginación en un lugar luminoso, especial. No sé si tiene que ver con que me dedico al teatro y tengo esos espacios de creación que no beben tanto de la realidad, sino de la ficción. Y me sumerjo en ella. Hay algo en la ficción que nos atrapa más que la vida real. Sin duda, sin la ficción estaríamos muertos en pena, deambulando por las calles sin sentido. Es tan necesaria como alimentarse», destaca.