Ecoansiedad, bullying, chats de WhatsApp, TikTok, The last of us, Don't look up o Rosalía son algunos de los temas que están a la orden del día y también forman parte de la obra ganadora del último Premi Guillem Cifre de Colonya, Tot esperant la fi del món (Editorial Barcanova), de Francesc Puigpelat (Balaguer, Lleida, 1959).
La novela, como su propio título sugiere, empieza con un temido spoiler: el mundo no se acaba. Con ese arriesgado comienzo, Puigpelat construye la historia de Fiona, una chica de 12 años que encuentra por casualidad una carta dirigida a su padre, un importante jefe de los Mossos d'Esquadra, en la que aseguran que un asteroide procedente de Saturno chocará contra la Tierra. «El tema del fin del mundo es omnipresente, desde los 5 años, las generaciones de ahora han oído hablar del cambio climático y de que el mundo se acaba; así que es un tema bastante interesante», señala el autor.
Un planteamiento que, a su vez, sirve para reflexionar sobre muchas cuestiones, como «qué harías si se acabara el mundo, cómo reaccionarías ante una situación límite como esta, qué te hubiera gustado hacer y no has hecho por vergüenza o unos u otros motivos». Ante el inminente fin del mundo, Fiona se lanza a internet para encontrar ideas de cosas arriesgadas que hacer ahora que no habrá consecuencias. «Te das cuenta de que la gente, en condiciones normales, está muy reprimida y calla mucho. La sociedad funciona, en esencia, porque tenemos miedo de las consecuencias de lo que queremos hacer, pero resulta que, en este caso, no hay unas consecuencias porque no hay ‘una semana que viene'. Así, el mundo se convierte en una absoluta anarquía», señala el autor, que aborda todos estos aspectos a través de situaciones delirantes y grandes dosis de humor.
«La literatura infantil y juvenil de este país es complicada. Por una parte, se te pide que escribas algo educativo y didáctico, cosas que a mí no me interesan porque no soy maestro ni quiero adoctrinar a ningún niño, pero quieres que el libro entre en las escuelas y por eso también es importante que sea divertido. El reto es conseguir que sea ambas cosas, que invite a reflexionar a la vez que sea divertido», apunta.
«Hay un capítulo en el que me lo pasé especialmente bien, que es cuando Fiona va a comprar un kit de supervivencia al supermercado. Fue como liberar el niño que llevo dentro. Esa mezcla entre cara dura e ingenuidad es muy bonita, la tienen sobre todo los niños pequeños y todavía más hoy en día. Las generaciones pasadas sufrimos el autoritarismo por parte de los padres y de las escuelas y por eso nos cuesta más expresar nuestras emociones. Ahora, en cambio, las nuevas generaciones se expresan con más espontaneidad y claridad. Así que, en algunos aspectos, la educación ha sido una catástrofe, pero en lo que respecta a las mociones y la comunicación son mucho mejores», compara.
En este sentido, Puigpelat hace referencia a la reciente publicación del informe PISA, en los que España vuelve a estar en la cola. Para Puigpelat, se ha hecho un «uso político de unos contra otros porque, en realidad, la educación no interesa a nadie y mucho menos a los políticos. Prefieren niños analfabetos, que serán los que les votarán». En todo caso, reconoce que «el nivel académico clásico ha sido un desastre, pero no debemos perder de vista otras cosas».
«Un niño de 12 años de ahora no sabrá resolver una ecuación ni quién fue Napoleón o cuándo se descubrió América, pero sabe perfectamente qué es la testosterona. Se produce un doble fenómeno: no tienen los conocimientos clásicos, pero sí aspectos de interés general, humano y práctico que va más allá del sentido académico más estricto. Yo, con 12 años, no sabía qué era la testosterona», ejemplifica.
«La educación sentimental, las relaciones amorosas... todo lo que sabíamos los de mi generación era por Madame Bovary, es decir, por una novela del siglo XIX, o por las películas en blanco y negro de los años sesenta. Estábamos muy perdidos», compara, a la vez que insiste: «El informe PISA ha tenido tanto eco precisamente porque es una mala noticia y nos encantan, somos muy catastrofistas», concluye.