Después del «naíf» debut, La cosina gran (Lleonard Muntaner, 2019), llegó el «largo monólogo interior, intenso y generacional» de El món es torna senzill (Empúries, 2022) y, ahora, Laura Gost (sa Pobla, 1993) ha ganado la quinta edición del Premi Proa de Novel·la con Les cendres a la piscina, una obra en la que cambia de «registro», con el juego de diferentes voces y épocas. Aunque, reconoce, el foco no es tan diferente: «Me interesan las relaciones y reacciones humanas». Lo presentará el 24 de noviembre en sa Pobla y el 13 de diciembre en Rata Corner (Palma).
Es la primera novela que ambienta en Mallorca, concretamente en su pueblo natal, sa Pobla, aunque también aparece Port d'Alcúdia y Alcanada. Como suele decirse, aquí nos conocemos todos, ¿por qué decidió dar este paso que algunos podrían considerar como valiente?
No lo veo como un paso, simplemente era un contexto natural para la historia que quería contar. No solo es Mallorca, porque quiere reflejar los cambios estructurales y sistémicos de las últimas décadas que los personajes viven en su propia piel. Es cierto que me gusta remarcar que se muestra la idiosincrasia mallorquina y puede que los mallorquines conecten con la novela de forma especial, pero esas mismas historias son extrapolables a cualquier otro lugar o sociedad que experimente un cambio de paradigma convulso que sacuda las costumbres de las personas. Así que lo viví con toda la naturalidad del mundo.
Les cendres a la piscina es una novela coral, pero se articula especialmente a través del personaje de Sebastià, un «expagès» de sa Pobla que supo reinventarse con la llegada del boom turístico. Por ese motivo, muchos le tienen envidia…
Su personaje se inspira en las vivencias de mi abuelo paterno, que es una persona que quise pero que a la vez conocí poco. De hecho, le he conocido más a partir de las historias que me han llegado de él, pero son episodios fragmentados y dispersos. La ficción me sirve para dar una secuenciación a toda esa dispersión. Como dijo Stephen King, todo relato del pasado es ficción. Cuando la escribía, había una frase de Julian Barnes que tenía muy presente. Decía algo así como que la imaginación se produce en un punto en el que hay un vacío en la memoria y no hay evidencias o documentación. Es decir, al intentar hablar del pasado haces una reconstrucción del recuerdo de los protagonistas; en consecuencia, habrá vacíos en esas memorias y, además, hay una carencia documental porque es imposible que no haya cuando hablamos de sentimientos. No hay una manera de documentar cómo se sentían esas personas…
En todo caso, podría preguntarles a esas personas cómo se sentían…
Y aun así, porque si acudes a esas personas, o a sus hijos, no podrán recordar exactamente qué pensaban. Lo que quiero decir es que tendemos a reconstruir. Me parece que la forma más honesta y humilde de hacerlo es desde la ficción, desde la hipótesis de qué podían sentir esas personas que se encontraban en un escenario que de un día para otro cambió. Y quería intentar entenderlo dotando el relato de coherencia, pero sin juzgar a nadie.
El dejar de estar pendientes de la tierra fue revolucionario.
Sí, y muchos autores hablan muy bien del impacto del turismo en Mallorca, pero normalmente ponen énfasis en la parte medioambiental, económica o profesional, pero en realidad trasciende todo esto. En esta novela se ve el impacto emocional, sexual, familiar... Es una reflexión sobre el impacto en la vida de esas personas que saborearon el dinero, el nuevo estatus.
Los extranjeros simbolizan la modernidad. Sebastià está muy pendiente de aparentar esa modernidad, de parecerse a las estrellas de Hollywood y de escuchar música de fuera: menos Miguel Ríos y más Neil Diamond.
El personaje de Catalina [la primera mujer de Sebastià] es entrañable porque conoce a Sebastià antes de que se produzca la catarsis y tiene esa voluntad de convertirse en la persona que ella cree que quiere Sebastià. Ambos depositan sus expectativas en el otro. Y Catalina es consciente de que Sebastià la mira con decepción. Son insatisfacciones disimuladas. Esas sutilidades me interesan mucho. Por otra parte, hay quienes se enorgullecen de su pasado o tienen muy presente de dónde viene y luego los que querrían taparlo y empezar de cero. Sebastià es más del segundo caso.
¿Cuándo cree que los extranjeros dejaron de simbolizar la modernidad para pasar a molestar a tantos locales?
No soy experta, pero creo que ese cambio se da cuando se democratiza el turismo, cuando nosotros también somos turistas en otros lugares o existe la ficción que permite que cualquier persona intente integrar unas costumbres más sofisticadas en su vida. Imagino que el Sebastià de 30 años asocia su mejor vida a la llegada de turistas, pero para Laura, a esa misma edad, cuando ya hablamos de una llegada masiva, lo que hace es obstaculizar la idea que tiene de buena calidad de vida.
Laura, que representa la última generación, es una autora que ha logrado mucho éxito con su primera novela y que viene de formar tándem con su pareja. Tiene muchas similitudes con su propia vida...
Sí, son paralelismos explícitos y evidentes. Pensé que ya que cogía elementos de historias de otros, podía poner mi mirada propia. Era algo coherente y justo.
A esa Laura le produce mucho vértigo el éxito de su debut. ¿Le pasó lo mismo con La cosina gran?
Ese vértigo, en mi caso, no desaparecerá, porque todo pende de un hilo. Nunca sabes si lo que escribes gustará o no. Era más un ejercicio de honestidad que no de narcisismo. Hay puntos de autoficción más que de autobiografía y, de hecho, me parece una perspectiva más honesta porque, en lugar de una crónica fidedigna, puedes poner lo necesario para hablar de sentimientos y sensaciones. Por eso es ficción, pero su base es real.