Nacida en Estados Unidos, Eve Fairbanks lleva más de una década viviendo en Sudáfrica, uno de los países «con más desigualdad económica del mundo», como ella misma lo describe. La escritora, especializada en política, cuenta con diferentes y prestigiosas becas de investigación, y una carrera de colaboraciones con importantes medios como The Guardian o The New York Times, y se estrena como autora con su primer libro, Los herederos (editado en castellano por Península y en catalán por Periscopi bajo el título Els hereus), en el que tres vidas distintas tratan de explicar el presente de un país marcado por la política racista y segregadora del Apartheid. Hoy participa en el Festival de Literatura Expandida a Magaluf (FLEM), donde será entrevistada a las 18.00 horas por Antoni Trobat.
¿Es su primera visita a la Mallorca?
Sí, la primera. Intento ir a lugares cuyo nombre no me suene, por lo que quizá no hubiera venido en circunstancias normales, pero estoy encantada. Hay muchísima riqueza cultural e histórica, con capas y capas de influencia de culturas y también con escritores que han venido y escrito aquí desde todas partes del mundo, que permiten ver la historia de la Isla de otra manera y que están incrustadas aquí de manera casi geológica.
Magaluf, concretamente, tiene una fama desde hace años asociada a un turismo de excesos. Eventos como este festival tratan de revertir esa idea, ¿cómo valora el derecho de espacios con una fuerte identidad a cambiar esa imagen de ellos?
Ese es precisamente el tema central del libro. Sudáfrica, por ejemplo, es conocida por dos cosas. Por un lado, por haber tenido el régimen más opresivo y racista de la historia de la civilización occidental. Y, por otro lado, Nelson Mandela. Y es muy complejo cambiar y avanzar más allá de esas dos asociaciones de ideas y reputaciones. Lo que me resulta interesante es cuántas dificultades tiene el país para avanzar desde ahí.
¿A qué cree que se debe?
La realidad es que no han pasado muchas cosas que deberían haber ocurrido, como cambiar el sistema económico o los estereotipos asociados a ciertos grupos. Por ejemplo, en un barrio mixto, encontrarás que es habitual que la gente se fíe más de alguien con un nombre negro para reparaciones en casa que otro porque tradicionalmente se les ha dado bien. Ese es un estereotipo que no ha cambiado y una de las cosas que trato en el libro es lo difícil que es escapar de esas huellas, por horrorosas que sean.
¿Cuáles son los principales desafíos que enfrenta Sudáfrica?
El principal es que no ha habido en la historia un lugar parecido al que pueda aspirar a convertirse. Es decir, en Sudáfrica se buscan muchos modelos de conducta y roles a seguir y existe la pregunta constante acerca de si podríamos ser más como Dinamarca o como Europa. El problema es que no hay historia en ese país para mirar a algo positivo, algo de lo que sentirse orgullosos. Siempre ha sido una nación construida para el 20 o 25% de la población y para que puedan vivir a expensas del resto. De hecho, Sudáfrica es el país más desigual económicamente del mundo. Esto sumado a que no tiene una historia a la que mirar de manera orgullosa, lo que queda es soñar a partir de la nada.
Con un contexto tran tenso, ¿qué importancia tiene la sátira, el humor y la comedia en Sudáfrica?
Pondré un ejemplo: mi pareja es de ascendencia griega y cuando su padre llegó al país existía un debate sobre si los griegos eran o no blancos. Había argumentos a favor y en contra. Que si eran descendientes reales de Homero, que si realmente eran turcos, etcétera. Relmente hubo un debate político sobre ello, lo cual es terrorífico, pero al mismo tiempo tremendamente divertido por lo ridículo que es. Es lo que ocurre cuando tienes un sistema que para sobrevivir en una sociedad moderna necesita llegar a estos niveles de absurdo. No obstante, cuando puedes reírte de algo es cuando sabes que podrás sobrevivirlo, y por eso Sudáfrica sobrevivió al Apartheid, porque se rió de ello. El resultado es que ahora es un país tremendamente divertido, donde tienen muchísima comedia, y es así porque el Apartheid solo se podía superar con humor.