«La literatura crece, no aparece sin más», sentencia Laura Fernández (Terrassa, 1981). Por eso, la autora de la novela superventas La señora Potter no es exactamente Santa Claus (Random House, 2021) ha decidido enseñar la «cocina» de su literatura y publicar «un libro que explica de dónde vengo»: Damas, caballeros y planetas (Random House). Con esta recopilación de «novelas en miniatura» , escritas entre 2009 y 2023– llega la también periodista al Festival Literatura Expandida a Magaluf (FLEM). Allí conversará este viernes por la tarde, a las 20.00 horas, con Beatriz Serrano en un acto conducido por Alejandra Parejo.
Los libreros son los que protagonizan la faja de Damas, caballeros y planetas, algo que suelen hacer otros escritores o críticos. De hecho, aparece Laia Alegret, de Drac Màgic. ¿Por qué?
Fue una propuesta del editor, Miguel Aguilar, y me pareció muy bonito porque al final son los que importan, los que se juegan la vida de verdad abriendo cada día la librería. No tienen visibilidad, pero son los que más leen, también los más exigentes y con menos prejuicios. Son lectores puros. En Drac Màgic, por cierto, estaré el 8 de noviembre.
En el prólogo habla de los personajes como compañeros. Siempre se ha dicho que los escritores son seres muy solitarios. ¿Se incluye en esta afirmación?
Me incluyo. Uno se hace escritor porque está solo o se siente solo, pero en realidad estamos acompañados por toda la gente que llevamos dentro. Como bien dijo Thomas Pynchon: ‘Todos somos una sala llena de gente'. Cuando leemos nos llenamos de gente e historias y eso nos da muchas herramientas para estar en el mundo desde diferentes perspectivas, no con una visión única. Somos seres narrativos, somos una especie escritora. A cuando tiras las cosas al suelo le llamamos ley de la gravedad, eso ya era así, pero nosotros le hemos dado sentido, porque eso es escribir. Por eso me obsesiona tanto la idea de los escritores y cómo vemos las cosas desde fuera. Es como una muñeca rusa. Hay que ser antiautoritario, que no te impongan nada.
Hace poco elogiaba la serie Sex Education. Ahí un profesor le dice a Maeve que no sirve para ser escritora. ¿Usted se ha encontrado con alguna situación parecida?
Justo lo pensaba. Lo tuve todo en contra, pero tuve a gente que me vio, cuando era pequeña. Crecí en un barrio de las afueras, mi familia era migrante, no tenía abuelos que vinieran a recogerme al colegio ni mis padres tenían libros en casa. Todo lo que leía era de la biblioteca del colegio. Los libros eran mundos posibles y yo quería acceder a todos ellos. Mi suerte fue que los profesores siempre me habían visto y me decían que escribía muy bien. La escritura es algo sagrado para mí y siempre lo será. Cómo no lo va a ser si estoy en deuda con ella porque me sigue haciendo muy feliz.
En la nota final del libro denuncia la falta de espacios para que los escritores empiecen a escribir. «En España no hay una conciencia de lo literario como un especie de admirable ente vivo al que alimentar y fortalecer», critica.
Lo que me ha pasado a mí es un milagro. Creo que la literatura española debería tenerse a sí misma como un ente que todos alimentamos y no como algo que existe y punto.
¿La damos por sentado?
Sí, debería ser más impredecible. Sería increíble que fuera como la latinoamericana, con gente como Mariana Enríquez o alguien como yo, menos totémica y más curiosa. Y nadie tiene la culpa, es el propio sistema que ha impedido que surjan pequeñas trincheras.
¿La literatura española tiene baja autoestima?
Yo diría que es valiente siempre que le dejan serlo. Hay editores que me preguntan si conozco a alguien nuevo, pero luego me piden dónde ha publicado. Hay colecciones pequeñas, pero son de no ficción. No cuesta tanto y podría ser una buena cantera.
Lamenta que el mercado a menudo se ve como un fin y que muchos escriben a pesar del mercado. ¿Se ha mercantilizado demasiado la literatura?
Probablemente sí. La literatura, como todo hoy en día, busca el máximo acierto y beneficio. Si piensas que el mundo de antes es igual al que el de ahora es empobrecerlo. El mundo va cambiando y lo hace de forma vertiginosa. Es lector es más omnívoro, más curioso y exigente.