Robert Graves es como un espectro que persigue al traductor Eduard Moyà (Palma, 1974). No solo vive casualmente en la calle que lleva el nombre del célebre autor inglés que vivió durante cincuenta años en Deià, en El Terreno, sino que a él le ha dedicado varios libros e investigaciones. Con Graves, además, comparte una afición nada desdeñable: la pasión por «la experiencia de la montaña».
Ahora, Moyà ha recogido por primera vez esos poemas –muchos de ellos inéditos en catalán– que tienen como protagonista la montaña en el volumen de edición bilingüe El crestall rost (Nova Editorial Moll). Lo presentará esta tarde, a las 17.30 horas, en el patio de La Misericòrdia de Palma –en la Setmana del Llibre en Català– junto a William Graves.
Esa pasión por la montaña surgió cuando era muy joven, recuerda Moyà, cuando pasaba los veranos en el norte de Gales e iba a hacer escalada con su profesor de literatura, que resultó ser George Mallory, leyenda del himalayismo británico –y, también en el futuro, padrino de la primera boda de Graves–. «Qué persona tan importante para introducir al poeta en el mundo de la montaña. Era como ir al infierno de la mano de Virgilio», celebra Moyà.
Luego estalló la Primera Guerra Mundial y la montaña se convirtió en el perfecto refugio para Graves, para intentar olvidarse de los horrores de la guerra. De hecho, Moyà lamenta que «la Primera Guerra Mundial ha eclipsado la lectura de Graves, que se estudia como poeta de la Gran Guerra y poco más. Pero su poesía es tan vasta que ha llegado la hora de abrir nuevas vías».
Y una de ellas es, precisamente, la que propone en El crestall rost. «Podríamos decir que son veinticinco poemas de montaña, pero dentro de ellos hay mucho trabajo de investigación con el que descubro que hay un patrón interesante: el viaje a la montaña es muy paralelo a cómo Graves entiende el viaje amoroso, con capítulos de ilusión, de partida, de miedo, del encuentro con obstáculos y peligros y, una vez aprendido todo eso, regreso al universo donde todo vuelve a la calma», detalla.
«Pero no es un amor dulce o romántico típico de Netflix, sino que es un amor duro donde se siente la tormenta, con la tensión y pulsión de los sentidos y del cuerpo», puntualiza. «El lector que es caminante sin duda percibe y sabe que la voz poética ha estado en la montaña y que ha sufrido calor, soledad, oscuridad y miedo», añade.
Así las cosas, «el más inglés de los mallorquines» se nutre del paisaje para entender el amor a través de elementos como el barranco de Sóller, el anfiteatro de Deià, los olivos o la roca calcaria. «No son elementos de un decorado, sino que son elementos vivos que acompañan al poeta en el viaje sagrado y mágico en busca del amor», insiste.
A pesar de que el mensaje sea a favor de la sostenibilidad y el ecologismo, Moyà avisa que Graves probablemente no se definiría a sí mismo como un ecologista, porque él «no es activista de nada y tiene como único compromiso glosar, cantar el amor», aunque su mensaje es defensor de «las maneras tradicionales de amar la naturaleza»
Por otra parte, el traductor destaca que ese viaje de Graves también es un viaje a las raíces. «Su poesía es radical porque da la vuelta a siglos de civilización occidental y patriarcal para dar peso a una línea matriarcal de la Deessa Blanca que debemos venerar».
Finalmente, Moyà recalca que «la voz poética tiene una precisión clara y aséptica del que describe una vía de montaña o de escalada, pero, a la vez, tiene una profundidad enigmática de quien sabe que morirá en esa pared» porque, para Graves, «la experiencia del amor es como caminar sobre cuchillos». De ahí el título, El crestall rost, que es «una pared con una caída por los dos lados, como una cordillera muy punzante en la que, si te caes, te caes a la nada, al vacío».