Aunque lleva años en el mundillo, principalmente como actriz, y se ha codeado con gente como Jonás Trueba, con quien firmó el guion de La virgen de agosto, para muchos sería un salto importante el pasar a la dirección de un filme propio, pero Itsaso Arana (Navarra, 1985) explica que para ella ha sido más bien «un pasito de baile». Y es que la intérprete debuta en la dirección con Las chicas están bien, una mirada personal, femenina y feminista, que no es que huya de las etiquetas, simplemente no las acepta.
Arana presentó la película ayer junto a parte de su reparto, con la compañía de Itziar Manero, Irene Escolar y Helena Ezquerro, dentro del Atlàntida Mallorca Film Fest, que ya encara su recta final tras una semana de cine, música y charlas. La navarra, que cuenta con una nutrida trayectoria como intérprete, detalla que se pasó «toda la veintena dirigiendo y escribiendo teatro» y la treintena «aprendiendo a hacer cine con la productora de Los Ilusos», por lo que la evolución es natural, a su modo de ver.
En cualquier caso, no niega que fue algo «impresionante» arrancar el rodaje, dando el día previo al inicio de las filmaciones un brindis en el que explicó que «esta película nace de la fragilidad» y el proceso de filmarla ha sido un intento de «hacer cine a mi manera y no como se supone que hay que hacerlo».
Dicho de otra manera, «es una peli a bofetadas, hecha desde interior muy asilvestrado, con una escala muy humana y posibilista con la libertad de hacerla tal y como salió». Así, aunque su origen tenía como objetivo las tablas del teatro, Arana se dio cuenta de que «era irrepresentable» y de que lo que más le interesaba era «registrar ese salto de la realidad a la ficción, cómo los materiales artísticos nos interrogan y verter varias vivencias que las actrices traían» de casa, razón por la cual añade que no se imagina «otras que no sean ellas para la película porque está hecha muy ad hoc para cada una». Las chicas están bien es, pues, «una invitación a la que ellas accedieron» y en la que su presencia aporta «anécdotas, humor y un álbum de vivencias que luego acordamos qué queremos compartir y qué no», incide la cineasta.
Esta mirada íntima, personal y al mismo tiempo colectiva, era algo que la cinta respira y exhala, pero no grita. «Estoy aliviada porque cuando no haces algo muy explícito se etiqueta por esto, y tenía miedo de hacer una película de mujeres, pero que no tuviera un mensaje», sino reflejar «la camaradería, el compañerismo, la relación con el amor, el deseo, esa mirada desde fuera, etcétera». Por ello, Arana explica que «está hecha bajo unos conceptos fundacionalmente muy feministas, pero me afané en que no tuviera ese mensaje, pero me gusta que se entienda» y, a juzgar por las primeras impresiones recibidas, «parece que se está entendiendo».
Es un elogio de la feminidad y sus valores, diferentes, sí, pero igualmente válidos. Un posible aprendizaje para el espectador como lo fue para la propia directora quien, si en el brindis previo dijo que la peli nacía de la fragilidad, en el brindis final tras el rodaje matizó: «Nace de una fuerza que nace de la fragilidad y eso es un tesoro».