Se dice que Milan Kundera, recientemente fallecido, dijo sobre los perros que son «nuestra conexión con el paraíso». No puedo estar más de acuerdo. Me reconozco ferviente amante de los cánidos y a ellos va dirigida mi lealtad más absoluta. Y ellos, a cambio, solo piden algo de cariño y que juegues con ellos. Esa gratitud es milenaria y en Mallorca hay un caso excepcional que la ejemplifica. Se trata del ilustrador inglés Cecil Aldin y su inseparable Cracker, historia que recuperamos con motivo del Día Internacional del Perro.
Aldin fue un dibujante reputado que vivió entre 1870 y 1935. Autor de varios trabajos de ilustración como Los papeles póstumos del Club Pickwick, de Charles Dickens, sus trabajos más populares fueron protagonizados por perros, como A dog day o Sleeping Partners. En ellos, Aldin buscaba concienciar sobre el respeto que merecían estos animales.
De todo ello se desprende que Aldin era de los nuestros. Es decir, amante y firme defensor de los canes. Los cuidaba, criaba y amaba, y, de hecho, el subtítulo de la obra antes mencionada, Sleeping Partners, era Cracker and Miky, two dogs with a tale, los nombres de dos de los muchos amigos perrunos que tuvo.
En los años 30 Aldin se instaló en Mallorca por motivos de salud, y vivió con su mujer y sus múltiples perros, no menos de una docena. Entre ellos Cracker, su favorito. Se trataba de un terrier que ya era una celebridad debido a la popularidad de los cuentos que su amo publicaba.
En la Isla, Aldin, que primero se quedó en Pollença hasta que se hartó del trasiego de turistas (y hablamos de los años 30, para más señas), se construyó una casa en Camp de Mar que llamó Estudio Aldin. Allí siguió trabajando hasta que en un viaje rutinario por salud a su país natal sufrió un infarto y murió de manera irremediable.
Se cuenta que Cracker, su estimado terrier, aulló de manera desconsolada en el momento en el que ocurría la tragedia a su amo. Más allá de estas conjeturas, lo cierto es que la viuda de Aldin no quiso desplazar al ya anciano cánido, y continuó viviendo en Estudio Aldin hasta la muerte del perro, en 1937, que fue sepultado en el jardín de la casa y donde, según parece, se conserva la placa original.
Diarios como The Times se hicieron eco de la muerte del animal, convirtiéndose Cracker, que reposa en la Isla, en el primer perro en recibir un obituario en sus páginas. Y no deja de ser curioso que la casa en la que vivió sería luego propiedad de Tomás Harris, el artista y espía británico que murió en extrañas circunstancias en la carretera de Llucmajor en 1964, tal y como narra Perico de Montaner en su libro sobre el agente inglés, pero esa es otra historia.