El lunes, con las piezas del nuevo tablero político todavía desperezándose y tomando posiciones tras las elecciones, arrancará en La Misericòrdia la 13 edición del Atlàntida Mallorca Film Fest. Y lo de que el 13 trae la mala suerte parece menos mito cuando se tiene en cuenta que ha sido, en palabras de su director Jaume Ripoll, «la más difícil de todas», por varias razones, desde el propio adelanto electoral hasta la huelga de actores en Hollywood. A pesar de todo, el cofundador de Filmin se muestra muy «orgulloso» con los resultados finales y augura que han «conseguido programar todo lo queríamos».
¿Está contento con todo lo que ofrece el Atlàntida este año?
—Estamos muy orgullosos de la programación y del equipo. Sin duda hemos conseguido, pese a tener muchas cosas en contra, lo que nos propusimos, y nunca habíamos tenido tantos estrenos en España como los que tendremos este año y de tanta calidad.
¿Ha sido la edición más difícil?
—Sí, incluso más que con la pandemia porque ha habido muchos elementos a superar, como la convocatoria de elecciones, el cambio de gobierno municipal y autonómico, los problemas para recibir la financiación acordada en 2022, la huelga de actores y guionistas, etcétera.
¿Cuál fue el principal escollo?
—El económico. La incapacidad de resolver la ayuda del 22 durante meses hizo que el festival empezara a moverse más tarde.
¿Qué presupuesto manejan y cuánto depende de ayudas?
—Un millón de euros y alrededor del 60 por ciento es participación pública. Si lo comparamos con otros festivales, la participación es mayor en ellos, pero hay que entender que el Atlàntida se plantea como algo hecho por y para la ciudadanía y requiere de la implicación de los estamentos autonómicos y municipales. Hemos demostrado la capacidad para gestionar un evento internacional, pero debe tener continuidad y eso pasa por afianzar el compromiso institucional. Si hoy seguimos en Balears es porque Filmin ha decidido apostar por ello, incluso perdiendo dinero, para un evento que tiene vocación gratuita y destinada al público. Si no se consolida ese apoyo puede ser el último Atlàntida aquí.
¿Qué sintonía ha notado con los nuevos gobernantes de las Islas?
—De momento buenas palabras con Prohens y Jaime Martínez. Trabajaremos para ver en qué se transforman esas palabras.
¿Le preocupan, a nivel de programación, posibles injerencias?
—Solo diré que nadie nos ha cuestionado una peli y si lo hacen seguiremos programándola.
En el contexto de huelgas en el cine, crisis de taquillas, etcétera, ¿qué ofrece el Atlàntida?
—Lo fácil sería no hacer el festival, pero aquel al que le gusta el cine ama los retos. Me frustra a veces que me pidan invitaciones solo para la clausura o la inauguración, porque hay mucho y espero que la gente vaya más allá, porque la cuestión no es culpar al espectador por no invertir el tiempo que pasa en redes viendo cine, sino que hay que llamar su interés, y la combinación de conciertos con cine nos permite eso entre los jóvenes. Además, tenemos las pelis que han ganado todo lo que ha precedido al Atlàntida, y eso es un hito histórico. Nunca había visto tanta calidad.
Liv Ullmann, Irène Jacob, Elena Martín, Gaspar Noé..., mucho para elegir, ¿alguna recomendación?
—Recomendaría Slow, ganadora en Sundance de Marija Kavtaradze, pero también Passages, de Ira Sachs, o la visita de la viuda de Antonioni, sin olvidar El Adamant, Oso de Oro en Berlín. También recomiendo Kokomo City y The Fantastic Machine.
Hay dos grandes ausencias este año: Agustí Villaronga y Juan Antonio Horrach.
—Sí, es doloroso. En el caso de Juanan, además, el vacío se nota porque estaba muy presente en el festival, pero de alguna manera su hermano Toni y la familia Horrach-Moyà han estado muy dispuestos a seguir apoyando y estoy eternamente agradecido. Creo que es como un tributo a él, al igual que dos artistas de su galería, como Girbent y Susy Gómez, formen parte del jurado. Es mantener vivo su legado.