La bahía y toda Palma todavía estaban bañadas por la luz del sol cuando desde lo más alto de Bellver, en el patio circular del Castell, comenzaron a sonar los primeros acordes de Vol_Art 4, el nuevo proyecto de Miquel Àngel Aguiló, que estrenó ayer en el emblemático lugar para, musicalmente, hacer un guiño al paso del tiempo, la fragilidad de la paz y la siempre necesaria reivindicación de la misma ante la perenne amenaza de la guerra. Y todo, con un puñado de notas.
Así pues, el sol despedía el día con sus rayos colándose por el horizonte, y una imponente luna casi llena recogía el testigo desde el otro lado del mundo, Bellver hacía suyos los instrumentos que Aguiló unió para la ocasión: desde las cuerdas de violín y arpa a la percusión del xilófono, su fusión en el piano de Magí Garcías, o la cálida voz de Lorena Bonnín, que ganó fuerza a medida que avanzaba la cita. La envidiable acústica del lugar hizo asentarse gradualmente la sinfonía que arrancó con Camins de saviesa, tres canciones que hicieron viajar al público desde la suavidad y aterciopelada voz de Bonnín, siempre con la inquietud presente, como preludio de algo que se avecina, hasta la tensión, disputa y melancolía de las siguientes dos creaciones.
Fue el aperitivo de la cita que concluyó con una primera ovación y con la noche abrazando ya los alrededores del Bellver, en cuya siempre mística bufanda forestal comenzaba a reinar la oscuridad y el silencio al igual que en la segunda pieza de la velada, Ucraïna, dedicada al país que está en pleno conflicto bélico con Rusia. Aguiló, de hecho, hizo una introducción a esta segunda pieza, compuesta por cuatro movimientos sin voz, en los que, tras escucharse la voz de Putin anunciando la guerra, la música permite vivir en primera persona la «angustia» de la realidad de la guerra, el nunca saber qué ocurre en el exterior del refugio, pero sabiendo que algo pasa y, con toda seguridad, no es bueno.
Sirenas simuladas, estridentes acordes de cuerda, como si de aviones o misiles se trataran, o hasta el tambor de la infantería se unen para dejar pocos momentos de descanso en los que el silencio de los instrumentos sin tocar solo fue suplido, casi metafóricamente, por el canto de los estorninos que sobrevolaban el Castell. Tras el cierre de esta pieza, como si de un hilo de voz moribundo se tratara, llegó la última, el Concert per a piano, donde Magí Garcías se puso a las órdenes de Aguiló y dialogó musicalmente con la orquesta, todos ellos vestidos del pacífico blanco, para desde su caracoleo al teclado imprimir el optimismo feliz de que una salida es posible. El público agradeció el esfuerzo de todos con una sonora ovación que, simplemente, confirmó la valía de la nueva propuesta de Aguiló.