Cuando Rocío Quillahuaman (Lima, 1994) pisó por primera vez España, en el aeropuerto de Madrid y de camino a Barcelona, le destriparon un peluche gigante de Winnie de Pooh que había aguantado en sus brazos durante las diez horas de vuelo procedente de otro continente en busca de droga. Esa experiencia traumática fue el germen de su primer libro, Marrón (Blackie Books), que este viernes ha presentado en el espacio Panorama Bar Bazar de Palma.
La obra surgió a raíz de la invitación de Lucía Lijtmaer de que escribiera un monólogo para el festival que organizó en 2019, Princesas y Darth Vaders. «Fue cuando me empezó a ir bien con las animaciones. Nunca había escrito un monólogo, pero si Lucía Lijtmaer pensaba que podía hacerlo, lo tenía que hacer», recuerda. Y así fue cómo compartió, también por primera vez, el episodio del peluche. Fue entonces cuando el editor Jan Martí, de Blackie Books, le propuso escribir un libro.
Sinceridad
Marrón, título que se refiere a su color de piel como una manera de «reapropiarme del insulto», arranca con un ejercicio de sinceridad: los tres años de escritura fueron una auténtica «pesadilla» que incluso «ensombreció» los momentos felices. «Escribir sobre mi vida fue horrible y me generó un gran cansancio emocional porque supuso una búsqueda de la identidad, que implicó desenterrar recuerdos y humillaciones», confiesa.
Así las cosas, reconoce que emprendió el proyecto como un deber moral, como un acto de responsabilidad y de compromiso contra el racismo. «Al principio pensaba que a nadie le interesaría mi historia, pero luego me di cuenta de que con nadie quería decir la gente blanca», señala.
«Ojalá hubiera tenido un libro así cuando era pequeña, para darme cuenta de que también existimos, de que merecemos salir y ser protagonistas de las historias, para dejar de rechazar mi propio cuerpo. La representación es muy importante, aunque algunos crean que puede resultar forzado. Cuando afirman que las cosas no tienen que representar a todo el mundo es porque no se dan cuenta de que lo dicen desde una posición de privilegio. Y es cuando no estás que te das cuenta de ello. Si no protagonizamos series o películas, lo que hacen es borrarnos, nos lanzan el mensaje de que no importamos. Al no estar en ninguna parte, es como si no existiéramos. Por eso intento compartir la mía, para que otros puedan sentirse acompañados», razona.
Con todo, Quillahuaman admite que «también priorizo mi tranquilidad, intento compaginar eso con colaboraciones para asociaciones contra el maltrato hacia las personas migradas, por ejemplo». Sin embargo, puntualiza que «cada uno lleva el activismo como puede. Si un día decido dejar de opinar sobre estas cuestiones, tengo el derecho de hacerlo. Pero la verdad es que no me sale. Desde que escribí el libro no puedo vivir tranquila, necesito hablarlo y compartirlo, pero eso es bueno si contribuyo a que nazca la empatía, que a tanta gente le falta».