La tarde del 20 de diciembre de 2015, mientras España contaba escaños en las primeras elecciones de Podemos, Mar García Puig (Barcelona, 1977) contaba contracciones en una sala de dilataciones. Horas después, ella se convertía en madre de mellizos y en diputada del Congreso. El que tenía que ser el día más feliz de su vida se convierte en el inicio de una historia de locura que le llevó a buscar consuelo en la cultura, pero también en los historiales médicos de tantas mujeres incomprendidas a lo largo de la historia. Esa complicada experiencia es la que narra en su primer libro, La història dels vertebrats (La Magrana y, en castellano, Literatura Random House). Lo ha presentado este viernes por la tarde en la librería La Salina de Palma, ubicada en Santa Catalina y regentada por Marina Alonso de Caso.
¿Ser madre es una locura en sí o te hace enloquecer?
—Nunca he sido una persona especialmente espiritual ni he tenido muy presente a la muerte en mi vida, pero eso cambió cuando di a luz. De repente ya no estás tú sola, sino que hay alguien, en mi caso dos personas, que dependen de ti. La muerte entra directamente en el paritorio y solamente la veo yo. Realmente el mundo que conoces ya no existe y tienes una carga que te acerca a la locura. Se juntan la vida y la muerte, el que no era y de repente es. El vínculo entre maternidad y locura es histórico, pero si bien hoy en día se habla mucho de salud mental y de maternidad, no se abordan ambas cosas juntas.
¿El hecho de convertirse en diputada agudizó esa locura?
—Creo que sí, porque yo no era una persona que viniera del mundo de la política ni de ningún partido y, de golpe, formé parte de esa esfera pública que siempre te han contado que está tan lejos de la doméstica y de la íntima. Y me convertí en una representante de la ciudadanía. Y eso estalló a la vez. Probablemente la combinación de ambas cosas aumentó la intensidad con la que lo viví.
Su relato ayuda a empatizar, a tener una visión de los políticos más humana. ¿Cree que es algo que cuesta, en general?
—A veces las políticas y las dinámicas de los partidos no contribuyen a que se humanicen. He descubierto que el Congreso de los Diputados es un pequeño cosmos que representa muchas cosas que luego suceden en la sociedad. Si ponemos el foco en estas cuestiones, contribuiremos a que esta pueda entender más ese sentimiento de tristeza o melancolía que puede tener cualquiera, esté o no en política.
¿Cómo fue el proceso de recuperación, que tuvo que combinar con su cargo como diputada?
—Tuve la fortuna de sufrir esa crisis de ansiedad cuando todavía estaba ingresada por dar a luz, así que entré rápidamente en el circuito de la sanidad pública, de la salud mental. Recibí terapia intensiva, farmacológica y psicológica, pero lo que quiero reivindicar es cómo la literatura y la cultura pueden resultar terapéuticas. Por otra parte, ahí encontré el sentimiento de no querer renunciar al cargo. Hablaba mi parte más feminista, de pensar cuánto nos había costado a las mujeres llegar a las instituciones y sentí que no podía renunciar a todo eso y a la gente que había confiado en mí.
La narradora tiene miedo a la locura, pero, en lugar de ocultarla o disfrazarla, la abraza, le da todo el espacio, incluso la razona, algo que no suele pasar tan a menudo...
—Siempre se ha dicho que los locos creen que los locos son los demás. Entre la locura también hay razón. Cuando una está embarazada o acaba de ser madre se suele atribuir a las hormonas, pero no es así, es la vida y la muerte. Y entonces una piensa cómo puede ser que la gente sea consciente de las continuas amenazas de muertes o desgracias y comportarse como si nada. ¿Quiénes son realmente los locos? Al final, para evitar volverte loca, tienes que llegar a un pacto con la vida, a saber que existe la posibilidad de una desgracia, pero tienes que hacer como si no existiera. Creo que mi locura se desató cuando ese pacto se rompió, que fue cuando nacieron mis hijos.
Era una diputada que luchaba por la igualdad, pero que sin embargo se sentía culpable cuando dejaba a sus hijos con el padre. ¿Tenemos clara la teoría, pero no tanto la práctica?
—Las mujeres cargamos con esa culpabilidad. Este libro, de hecho, es como una especie de justificación de mi locura y, a la vez, una reivindicación de que las madres también podemos ser imperfectas, de que no existe la madre ideal. Cuando terminé el libro y llegó el momento de escribir la dedicatoria precisamente pensé en eso, en pedirles perdón. El propio libro es contradictorio y está bien que así sea. En política se espera que seamos consecuentes en todo, en la vida personal y en la pública, se nos pide perfección y fortaleza, cosas que no son reales...
Hagamos lo que hagamos, las mujeres cargamos con esa culpa...
—Sí, la culpa materna es una fuerza que da forma a nuestro mundo. Desde la época antigua y sobre todo con el psicoanálisis, todo se relaciona con la madre. De hecho, el psicoanálisis habla de conceptos como ‘madre nevera', ‘madre cocodrilo' o ‘madre caníbal'. En mi caso, mis hijos eran asmáticos por mi culpa, como se supone que pasó con Proust y su madre. Mucha gente me ha dicho que este libro también ha servido para entender a las madres. Las culpamos de todo, intentamos no convertirnos en ellas, en vez de culpar a todas las fuerzas que se cernieron sobre ellas. Rechazamos a las propias madres en vez de rechazar el mundo que no las ha tratado bien.
Ahora que se ha estrenado como escritora, ¿seguirá explorando este universo?
—No seguiré como diputada y, por tanto, ahora empiezo una nueva etapa. No sé cuándo ni cómo seguiré escribiendo.
La fotografía de la portada tiene como protagonistas a la cineasta mallorquina Antonina Obrador y su hijo Llorenç.
—Es una fotografía de Rita Puig-Serra, que hizo a propósito del libro. Tenía muy claro que no quería salir yo porque esta historia tiene vocación universal. Para mí era importante romper tópicos como el que la maternidad es solo cosa de mujeres y madres, que es una experiencia muy privada... Tampoco quería que se tratara como un libro de una diputada o de una política.
La història dels vertebrats es difícil de definir. No es exactamente una novela, pero lo parece. ¿Cómo lo definiría?
—Como editora, siempre he dicho a los autores que tienen que ser capaces de definir su libro en dos frases. Pues yo no puedo. Otra contradicción que sumar a la lista (risas). Una cosa que explica el libro es cómo las etiquetas pueden servir para situarnos en el mundo o pueden incluso aliviar en el diagnóstico de una enfermedad, pero también es verdad que reducen mucho y pueden enclaustrar. Decidimos llamarlo lo novela porque también es una forma de protegerme a mí misma, pero también hay historia, memorias, ciencia, política y literatura. También es una reivindicación feminista. Hay un poco de todo. Como lectora de diferentes géneros, me gusta que el libro sea así. En todo caso, al final, cuenta una historia que sucede durante seis meses.