El año que The Cure publicaba Desintegration descubrí el significado del término ‘Carpe Diem', gracias a un profesor que se subía a las mesas para conectar mejor con el espíritu inconformista del adolescente. Aquel desgarbado Robin Williams de El club de los poetas muertos fue mi mentor espiritual en esa época que es el mejor / peor de los tiempos. Me desveló el poder ensoñador, transformador, liberador y escapista de la música. A él le debo estas líneas. Disculpen la licencia, pero cuesta encontrar un momento de introspección en el antiguo Aquapark de Calvià, el lugar donde nadie se cansa de la fiesta.
Son las 19.00 y cuatro de los cinco escenarios ya funcionan a pleno rendimiento, desgranando las propuestas de Mut, el pop psicodélico de Bilo, Llvna y su maridaje de rock y r&b, y el DJ set de Sara de Araujo. El sol brilla cuando Courting toma el quinto escenario. Originarios de Liverpool, ciudad intrínsecamente ligada a ‘The Fab Four', pero también a otros proyectos, nada desdeñables, como Echo & The Bunnymen, The Lightning Seeds y The La's, de quienes ha tomado buena nota este joven cuarteto que está reviviendo el britpop para acercarlo a una nueva generación, más interesada en los ritmos urbanos, me temo.
Apenas un centenar de incondicionales ocupan el recinto, pero el goteo es constante, en breve esto parecerá Benidorm en hora punta. Nos aguardan veinticinco artistas y más de ocho horas de música en directo, debo aprovechar el tiempo, multiplicarme encadenando conciertos en la febril gincana que me espera. De algunos caerá un fragmento, de otros la mitad, el resto apenas de pasada camino a otra zona del festival. Es lo que hay mientras no me bendigan con el don de la ubicuidad. El empacho musical está garantizado, pero ¿cómo hacer un resumen digerible? Probemos.
Más allá de esa atmósfera naïf donde prevalece el pop sensible que habla del (des)amor, los encuentros efímeros en la madrugada y la amistad inquebrantable, Courting también atesora el saber estar propio de una banda veterana. Su música es una coctelera que agita a varios nombres propios del britpop, con Elastica y Blur como referentes ineludibles. Que su juventud no les engañe, la banda de Sean Murphy es un torbellino de actitud. Cambio de escenario y de registro, del britpop saltamos a los ritmos híbridos de Xavibo, experto en combinar pop y electrónica siempre con el hip hop como eje dinamizador, y sin olvidar el trap, ese género tan de moda que está fagocitando la escena musical
Enric Ricone y Andre Galluzzi espolvorearon su alquimia sobre el escenario más ‘clubber', en breve Emanuel Satie brindará sus mezclas a un público que se está reservando para Sven Väth, los más veteranos le recordarán por ‘Electrica salsa', aquel pepinazo que abrió un cráter en las agitadas noches de los '80.
El pop oscuro y playero -qué maravillosa conexión, ¿no creen?- de Ghouljaboy, junto a una de las voces más precoces, la gaditana de tan solo 17 años Judeline -quien demostró que lo suyo no es solo una pose para arañar originalidad-, sumados a dos de los activos emergentes del pop estatal -Rojuu y Rusowsky- dejaban su impronta sobre el escenario. Éstos últimos dando paso a Vetusta Morla y Natos y Waor, respectivamente.
Por su parte, Carlangas -líder de los extintos Novedades Carminha- daba rienda suelta a su colorida mezcla de rock, electrónica, disco y cumbia. El recinto rugía con su propuesta generalista y transversal, que obró el milagro de juntar a postadolescentes y cuarentones, dos generaciones que para muchos tan solo podrían unirse en un duelo al amanecer. Aprovecho esta absurda reflexión para tomarme un respiro y cambiar el ron por un refresco, a riesgo de acabar como Las Grecas. Entre el calor, el cansancio y los empujones logro hacerme con un bocadillo de pan de goma. Y no estaba mal, para mi sorpresa.
‘De nuevo en la brecha', como decía el poeta. Me hago un hueco entre las primeras filas de Vetusta Morla, una banda con una personalidad musical tan acusada que resulta imposible disolverla en modelos preconcebidos. No suenan ni recuerdan a nada ni nadie, todo un logro en estos tiempos en los que la mayoría de bandas parecen salidas de una cadena de montaje. Pucho -que se dirigió al público en catalán-y compañía bordaron un repertorio que perfila la soledad y el paso del tiempo con un brillo admirable. La siguiente parada me situó ante Natos y Waor, el dúo que sirvió de puente entre el hip hop underground y el circuito de los grandes festivales. Sus rimas callejeras, de gran carisma e intensidad, cautivaron a un público entregado. Cambio de escenario para examinar -fugazmente- la propuesta osada y heterodoxa del multiinstrumentista Alien Tango.
Alérgico
Me dirijo al escenario donde Abraham Boba y sus muchachos demostraron ser un conjunto alérgico al estancamiento. Más allá de sus oscilaciones sonoras existe un elemento irrenunciable en León Benavente: esa pátina de melancolía que barniza sus canciones, reflejo de la difícil realidad social de los últimos años. Son uno de los grandes arquitectos del rock que vive de espaldas a las grandes audiencias y, sin embargo, cuenta con el reconocimiento de todos. Para este conjunto demasiado viejo para ser joven, y demasiado joven para ser viejo, el rock simboliza una actitud ante la vida. Su actuación fue catártica.
Con una asistencia confirmada de 17.000 personas, The Kooks tomaba el escenario al vuelo acústico de 'Seaside'. Guitarra, bajo y batería... los ingleses no necesitan mucho más para edificar un espeso muro sonoro, equilibrando una fórmula que, de tan ajena, resulta característicamente propia. Suenan al mismo tiempo a The Kinks, The Clash y The Jam, su directo es pura anfetamina sonora rellena de estribillos gloriosos. Al cierre de esta crónica, una de las grandes bazas del cartel, la catalana Bad Gyal, aún no había tomado el escenario. Lo hará bien entrada la madrugada.