La dispersión suele tener connotaciones negativas, pues remite al caos, a la confusión. Sin embargo, cuando el reputado doctor en Filologia Catalana Damià Pons (Campanet, 1950) asegura que tiene una «tendencia natural a la dispersión», queda patente que la dispersión no siempre es algo negativo. Lo declara en referencia a La cultura a Mallorca. Estudis, semblances, reflexions (Lleonard Muntaner), un volumen en el que recopila veinticinco textos muy «heterogéneos» que han ido apareciendo en diferentes revistas en la última década, lo cual ha hecho que muchos de ellos estén desperdigados o incluso se hayan perdido.
Así pues, este libro, como reconoce Pons, responde a una necesidad de «poner orden» y «manifestar la pluralidad de intereses, curiosidades, investigaciones y estudios que me interesan; una heterogeneidad de textos que van desde los prólogos o los homenajes, que no hace más que reflejar mis intereses vitales e intelectuales». El volumen se divide en tres grandes secciones: Estudis i ressenyes, Semblances y Cultura i política. d La primera, a su vez, comprende dos momentos muy diferentes: la Mallorca de 1917 y la Mallorca de la década de los 60.
En 1917 sirve, según Pons, como «punto de partida de un ciclo históricocultural» que duraría, con el paréntesis de la dictadura de Primo de Rivera, hasta el comienzo de la Guerra Civil. Es una época «culturalmente muy intensa» en el que sobresale una «nueva generación de escritores», que llevará a cabo la edición de La nostra terra, la que creará la Associació per la Cultura de Mallorca –hace justo cien años–, la que impulsará el anteproyecto del Estatut d'Autonomia en 1931 y que será «la que quedará más degollada por la Guerra Civil».
Es en esta época cuando nombres como Emili Darder, Guillem Forteza o Joan Pons i Marquès, entre muchos otros, adquieren «visibilidad pública». Y, en segundo lugar, porque «después de un paréntesis de diez años se reprende el mallorquinismo político con la creación de la publicación periódica La Veu de Mallorca e incluso con el intento de crear un partido, el Centre Regionalista de Mallorca». Así las cosas, Pons considera que 1917 es «uno de los años más potentes dentro de la historia de la cultura de la Mallorca del siglo XX».
De todas maneras, puntualiza, como lo hace también en este artículo recogido en el volumen, que «soy consciente de que la cultura tiene un continuum y, por tanto, un año siempre tiene precedentes y consecuencias; pero yo me he fijado en este año para poder hacer una inmersión detallada y profunda».
Es también a principios del siglo XX cuando «una generación de escritores intelectuales de primerísima categoría liderada por Antoni Maria Alcover, Costa i Llobera, Joan Alcover, Gabriel Alomar y Miquel dels Sants Oliver –uno de los grandes temas que ha abordado Pons en su dilatada trayectoria y sobre el cual está trabajando ahora mismo, pues prepara la edición de dos volúmenes sobre el autor que estuvo al frente del Diario de Barcelona y de su obra en verso, un proyecto coeditado por Lleonard Muntaner y el Institut d'Estudis Catalans- toman una gran decisión: la lengua catalana será la de expresión literaria exclusiva. Algo que se oponía drásticamente a la coyuntura del siglo XIX, cuando imperaba el «bilingüismo diglósico», es decir, la lengua más importante, la castellana, se debía a unos determinados textos; mientras que la menos importante, la catalana, quedaba relegada a «textos de temática más local».
Como era de esperar, la dictadura de Primo de Rivera y la Guerra Civil interrumpen este buen momento cultural, que no acabaría de mejorar en la Segunda República, un periodo «poco productivo desde el punto de vista cultural».
Años 60
Otra gran época tiene lugar en la década de los años 60, cuando «empieza un nuevo ciclo que todavía hoy continúa vigente» y que, para Pons, es tan importante que la califica de «fundacional». «Se producen cambios a todos los niveles y se intensifican a un ritmo frenético. Se acelera la despersonalización etnocultural, pero también aparece lo que podríamos llamar conciencia nacional. Es cuando, por ejemplo, se crea la Obra Cultural Balear. En esta etapa también aparece la literatura de autoconocimiento, basada en ‘sepamos quiénes somos y, a partir de ahí, interioricemos la idea de que tenemos derecho a ser determinadas cosas», matiza.
Sobre esta etiqueta, Pons declara que está «muy fomentada», pues hoy en día «hay una producción enorme de estudios históricos, historiadores que llevan a cabo un trabajo magnífico; en una cualidad muy superior a la que había en los años 60. En muchos parámetros, la situación actual es infinitamente mejor a cualquier otro momento de nuestro pasado histórico».
Sin embargo, a la pregunta de si en la actualidad hay algún equiparable a lo que significó Gabriel Alomar en su época, Pons avisa que las circunstancias eran diferentes. «En ese momento el intelectual era un poco vedete, mientras que hoy en día el intelectual un poco vedete solamente lo puede ser si cuenta con el apoyo de los grandes medios de comunicación y probablemente con el amparo de un estado y de una cultura muy institucionalizada y nosotros no dejamos de ser una cultura todavía precaria en muchos aspectos. Con todo, la cantidad y la calidad de estudios históricos de los últimos treinta años son muy destacables», aclara.
«¿A qué porcentaje de población acaba llegando? No nos engañemos, no es muy alto, aunque siempre es mejor que sea mínimo a que sea ninguno. Entre poesía, novela y teatro, en las Islas se publican más de 60 títulos en catalán, que son más que todo el siglo XIX. Claro que la abundancia no siempre se corresponde con la calidad. Igualmente, en todas las literaturas del mundo siempre hay obras prescindibles y no pasa nada», comenta. «Como estudioso de la literatura, muchas veces he analizado textos que carecen de valores estéticos positivos, pero que, en cambio, son representativos porque reflejan la sociedad del momento en que se produjeron», añade.
Turismo
La década de los 60 es también sobradamente conocida como la del turismo, que tuvo consecuencias en el hecho cultural. Según Pons, principalmente de dos maneras: contribuyó a facilitar la «comunicación de masas castellano-española» y a que surgieran y se consolidaran determinadas iniciativas y equipamientos. El problema está en que la motivación para poner en marcha estos proyectos se basaba en el mostrar el atractivo de la Isla a los visitantes.
Así, por ejemplo, se creó el Museu de Mallorca, el Museu d'Art Saridakis o el palacio de Marivent. «Si hubiéramos sido un país normal, el Museu de Mallorca no se hubiera creado para mostrar cuatro elementos antropológicos mallorquines a los nuevos visitantes, sino que ya lo hubieran fundado cincuenta o cien años antes para enseñárselos a los propios mallorquines. La función de un museo es poner en valor la propia tradición cultural del pueblo y del país, conservándolo y estudiándola, no pensando en el visitante. ¿Es que no tendríamos un Museu de Mallorca si no fuera por el turismo?», denuncia.
En la segunda parte del libro, Semblances, Pons repasa algunos de los grandes protagonistas de la cultura de las últimas décadas a las que ha conocido o estudiado y que le mercen una «gran admiración», como Joaquim Molas i Batllori, Arnau de Selva, Jordi Carbonell, Joan Francesc Mira, Antoni Tugores, Isidor Marí y Maria del Mar Bonet, «personaje mallorquín que simboliza todos los éxitos del fenómeno de la Cançó que, para mi generación, fue como un despertador de la consciencia» y que, además, tiene continuidad en la actualidad, algo clave sobre todo si se habla de cultura.
Cuando me refiero a 1917 ya lo afirmo: «La cultura en Mallorca, igual que el mallorquinismo cultural y político [algo que aborda en la tercera sección, Cultura i política] ha sido psicotímico; es decir, con bajadas y subidas de estado de ánimo. La discontinuidad es terrible. Precisamente, una de las cosas positivas que creo que se dan a partir de los años 60 es que empieza a haber continuidades».
Continuidad es también lo que pide Pons de cara a las próximas elecciones del 28 de mayo. «Confío en la continuidad del gobierno progresista y pediría que en la próxima legislatura hubiera un compromiso con la cultura y la lengua más valiente, firme y con más convicción».