Logró el Premio del Público en el Festival de Venecia y, además, fue nominada a un Premio Bafta por un enorme debut en el largometraje. Se trata de Georgia Oakley (Oxfordshire, 1988), la cineasta inglesa que ha irrumpido en la escena fílmica a través de la fuerza narrativa y sutil de Blue Jean, cinta que se encuentra en cartelera en Palma solo en el CineCiutat, lugar en el que hoy, a las 19.00 horas, participa en un coloquio la directora tras el pase de un filme que se centra en una profesora de instituto de los años 80 que teme que su homosexualidad se sepa en un contexto homófobo y opresivo.
A través de una excepcional Rosy McEwen, que da vida a la protagonista, Blue Jean es principalmente una «manera de hablar de la homofobia interiorizada» y las consecuencias que esta puede tener en una persona, algo que la propia Oakley ha vivido en sus carnes «como persona queer». La inglesa, que pasa en Mallorca «todo el tiempo que no estoy trabajando» y donde se ve rodando en un futuro, explica que la idea de la cinta llegó «cuando me enteré de lo que era la Sección 28», una controvertida ley que instaba a no promocionar la homosexualidad. «Me sorprendió no haber oído hablar de ello antes a pesar de que yo misma fui estudiante durante esa época y automáticamente me pregunté cómo sería ser una profesora entonces».
Y aunque ahí pensó que «había una historia», el impulso lo tuvo cuando «descubrí un grupo de mujeres lesbianas que tenían entrevistas subidas a internet que contaban sus experiencias como trabajadoras por todo el Reino Unido en ese momento». Detalla Oakley que se puso en contacto con ellas, que acabaron siendo «amigas», y que fueron «la energía» que necesitaban para poder levantar el proyecto.
Sobre todo una de ellas cuyas experiencias son muy similares a las que la protagonista del filme experimenta y que «a pesar de haber pasado 30 años seguía relatándolo con mucha emoción y arrepentimiento en su voz sin que pasar ni un día sin que pensara en ello», algo que conmovió a Oakley que decidió principalmente que «esto era lo interesante, saber cómo alguien que es encantadora y buena en su trabajo es capaz de verse empujada a hacer algo que lamenta tantos años después».
Uno de los mayores retos de la cinta, confiesa Oakley, fue dar con la actriz adecuada para interpretar a su protagonista, algo que logró en McEwen. «Era algo desalentador porque sabía que el público acabaría juzgando al personaje por sus acciones, lo cual es inevitable, pero también necesitaba que entendieran los motivos por los que lo hace», lo que implicaba que el trabajo de McEwen debía ser sutil, de matices, de saber expresar en su rostro «las profundidades escondidas» de Jean, quien es el «centro de todo». El resultado es una conmovedora actuación que obedeció a «a que cuando vi la cinta de McEwen porque supe que era la adecuada».
Y aunque la historia tiene una base real y similitudes muy obvias con historias reales, Oakley destaca que es una «ficcionalización» de estas y que se basa también en muchas experiencias propias, como todos los comentarios que se reciben en el día a día sobre las decisiones vitales que una toma, algo que «creo que no ha cambiado nada desde entonces». Sin embargo, a pesar de lo específico de la trama, para Oakley «se trata de algo que puede gustar a todo el mundo porque lo que siente Jean lo puede sentir cualquiera», la sensación de no encajar, la falta de auto-aceptación o las diferentes máscaras que llevamos puestas en el día a día. Y porque no todo es dramático, Oakley cierra su opera prima con un «toque de esperanza» al ritmo de una selección musical rica y muy ochentera.