Saber que Miquel Costa i Llobera es uno de los poetas mallorquines más importantes de todos los tiempos y que escribió el emblemático poema El pi de Formentor está muy bien, pero la escritora e investigadora Rosa Planas (Palma, 1957) quiere ir más allá del pi para «adentrarnos en el bosque» con su libro Miquel Costa i Llobera davant la ploma i la pistola (Lleonard Muntaner). Lo presentará este miércoles, a las 19.00 horas, en la Biblioteca de Cort.
En la introducción explica que el título recoge una idea que expuso Ludwin Renn sobre la Guerra Civil.
—Sí, según él, la Guerra Civil se había producido con la pluma y la pistola. Costa evidentemente es anterior a este conflicto, pero vivió una época que sirvió de preparación a lo que termina en la Guerra Civil.
El volumen incluye dos conferencias que ofreció con motivo del centenario de la muerte de Costa i Llobera. Lamenta que si el autor regresara, no encontraría nada de lo que dejó, especialmente en el paisaje.
—Evidentemente, hoy ya no encontraría el pi y creo que tampoco muchas cosas que constituían su paisaje tanto exterior como interior, porque él lo que hace es una interiorización del paisaje para, a través de este, sacar sus propios sentimientos y emociones. Por tanto, s indispensable e inseparable el binomio Costa y paisaje, pero desafortunadamente hoy, si resucitara, se volvería a morir de golpe, por la pena de ver lo que ha quedado. Algo que todavía, por desgracia, no ha terminado.
Uno de los objetivos que perseguía con las charlas es saber quién era Miquel Costa i Llobera como hombre y cómo se sitúa delante de los retos de su tiempo.
—A pesar de la imagen tópica que tenemos de él, de figura venerable, Costa es mucho más complicado que todo esto y tiene mucha más profundidad que esta imagen plana de eclesiástico y conservador, que lo es, pero he intentado profundizar a partir de textos tanto poéticos como en prosa.
Afirma que es difícil hablar de él sin caer en prejuicios.
—Sí, porque es una figura tan iconográfica que resulta casi intocable. Además, creo que los poetas de hoy en día no le hacen el caso que le corresponde porque caen en esta trampa de los prejuicios que provoca cuando un clásico se convierte en una imagen de país, de ideología. Con las dos conferencias trato de romper con este esquema. La primera, lo sitúa en su época, que fue realmente terrible, y la segunda se centra en su último poemario Visions de Palestina. Hoy en día no se hace literatura, se hace sociología. Y todo el mundo cuenta la sociología de su propia vida y todo enfocado en esta dirección y la literatura, afortunadamente, es mucho más que eso. Si te fijas, hoy por desgracia cuando lees un libro apenas distingues un autor de otro. Todo parte del mismo punto de vista y eso empobrece mucho la literatura, aunque se publiquen doscientos libros.
¿Los escritores han perdido personalidad o es culpa del mercado?
—Yo creo que el mercado manda mucho, lo que se vende y lo que no, y luego hay una censura invisible y terrible, que siempre actúa desde el interior y desde el exterior. ‘Ahora interesa hablar de esto, así que no me hables de Costa'.
Pero este libro es una prueba de que sí interesa Costa.
—Es que hay excepciones, claro. Afortunadamente, hay editoriales valientes verdaderamente preocupadas por la cultura y que saben que a veces implica ir en contra de determinadas consignas o del mercado. Y luego hay autores independientes. Yo me considero una autora independiente de toda imposición, sea ideológica o del mercado, venga de donde venga. Siempre me he mantenido muy fiel a mí misma y no he cedido nunca.
Decía al principio que Costa vivió una época en la que se estaban preparando las dos guerras mundiales.
—Vivió una época espantosa que no nos podemos imaginar; aunque ahora pensemos que estamos viviendo el apocalipsis. Apocalipsis, por desgracia, ha habido unos cuantos y uno fue la época en que Costa empezó a escribir.
Visions de Palestina es una obra muy singular que llama la atención por la época en la que la escribió.
—Sí, porque como sabemos, finales XIX y hasta mitad del siglo XX es el siglo del antisemitismo más rabioso que ha conocido la historia. Por tanto, estas Visions de Palestina, aunque no participan de este antisemitisimo, sí participan de determinados tópicos de la época sobre el pueblo judío, Israel y Palestina. Con él viajan otros mallorquines, como Maria Antònia Salvà, que fueron a hacer lo que eran las típicas peregrinaciones que se pusieron muy de moda. Era un viaje que aunaba el motivo cultural y el religioso. En el caso de Costa, se juntan ambos. En mi opinión, en Visions no se deja arrastrar por los sentimientos. Le falta corazón e imaginación, algo que sí tuvo Verdaguer, que fue más espontáneo.
¿Tenía miedo a mostrarse?
—Costa huía de todo lo que implicara confrontación. Era una persona pacifista por decirlo de alguna manera, aunque otros lo llamarían cobarde porque dirán que no se comprometía. Yo no lo veo así. Creo que era muy inteligente y se veía venir lo que se estaba cociendo. Por tanto, él es consciente de que habrá un choque de trenes que será inevitable, así que intenta en todo momento no tomar partido.
¿Por supervivencia?
—No lo creo; es más bien una actitud de justicia personal. Por una parte, es verdad que es conservador, es una persona de orden. Por otra, es un joven impetuoso, poeta romántico y un defensor de la lengua, en contra de su propia familia.
Pero cuando estaba en Roma, escribía en castellano. En el libro da entender que quizá sea porque, si lo hacía en catalán, sería como meterse en política; algo que precisamente siempre evitaba.
—Le da miedo la política y no es para menos, porque como decía la situación era muy radical, tanto por parte de los fascistas como de los antifascistas. Eran fanáticos y Costa era la antítesis del fanatismo.
A pesar de ser muy religioso.
—Religiosamente tenía sus ideas y las defendía, pero no era un fanático. En política, la Setmana Tràgica es como una bofetada, una apuñalada. En una famosa carta a Maria Antònia Salvà y también a Rubió él dice cómo puede pedir un pueblo autonomía si no es capaz de controlar a los suyos. A partir de ahí, Costa se cierra más en sí mismo. Para evadirse, iba a su finca, en Pollença, y ahí, a través del paisaje, se volvía a encontrar a sí mismo.
¿Era muy introvertido?
—Yo no usaría esa palabra, más bien tenía mucho mundo interior y mucha profundidad. Y, como era inteligente, medía mucho las palabras, lo que dice y lo que escribe.
¿Callaba más que escribía?
—Normalmente los escritores siempre callamos más de lo que escribimos. ¡Imagínate si escribiéramos todo lo que pensamos! Aunque claro que hay escritores loro… Pero, en general, hay mucho camino antes de escribir y Costa no sé si escribe todo lo que piensa, pero seguro que piensa todo lo que escribe.
Es curioso que identifique el espíritu de Costa en el pi y, precisamente, se le conozca sobre todo por su poema El pi de Formentor.
—Es uno de los poemas más emblemáticos, como La Balanguera, de Joan Alcover, o Sa Roqueta de Mateu Obrador… Es importante ir más allá, sobre todo las nuevas generaciones, insisto. Como todo, a veces ocurre que algunas figuras importantes de la literatura pueden estar cincuenta años en el olvido y luego, de repente, las generaciones lo vuelven a descubrir. Eso sucede con todos los grandes escritores, que no siempre están en el candelero.
Al final del libro incluye algunos textos del autor. Es la manera más directa de acercarse a su figura, leyéndolo.
—Efectivamente. Es una selección muy cuidada, como píldoras, de lo que escribía sobre personajes contemporáneos y también sobre Mallorca.