Teresa Cardona (Madrid, 1973) se adentró en la novela negra por casualidad y en Francia. Su primer libro fue a cuatro manos, con Eric Damien y ella firmó bajo el pseudónimo de otro hombre, Eric Todenne, según la autora, para así hacerlo más «igualitario» y lo «afrancesé» a partir de su apellido real, Todenhoefer. Así, en el país vecino publicó, con notable éxito, Un travail à finir y Terres brûlées. En España debutó el año pasado ahora sí como Teresa Cardona, tomando el apellido de su abuela catalana, pues «era consciente de que era muy difícil pronunciar y escribir bien mi apellido». Su primera novela en nuestro país fue Los dos lados (Siruela, 2022), una serie policíaca ambientada en San Lorenzo de El Escorial y que retoma con Un bien relativo. Esta última la presentará el lunes 20 de febrero en Palma, dentro del festival Febrer Negre, que organizan Francesc Sanchís y Gloria Forteza-Rey, de Embat Llibres.
En esta nueva entrega de la saga, la teniente Karen Blecker tiene que investigar la muerte de una monja, sor Lucía. «Todos matan a una adolescente y la descuartizan, pero en mi primer libro, en Francia, matamos a un señor mayor en una residencia de ancianos, en el segundo también fue un señor mayor y en este pensé que una monja era algo diferente. No conozco ningún caso en el que hayan matado a una monja y una inevitablemente se pregunta quién ha podido matar una monja. Hay un cambio en los clichés. Fíjate que si la víctima es un señor lleno de tatuajes y cadenas de oro no te preguntas quién ha podido matarlo, sino qué ha podido hacer este hombre. Hay un cambio de chip», razona.
En este sentido, la autora explica que el salto temporal que se da en la trama, que va de 2015 a 1980 se debe a su intención de que «el lector pueda vivir en primera persona tanto la trayectoria de sor Lucía como de las personas que la conocieron». Asimismo, Cardona destaca su propósito de retratar una sociedad de los ochenta más allá de la Movida o Alaska. «Me apetecía trazar un barrio obrero de Madrid y de una casa pudiente del barrio de Salamanca», señala.
Sobre la crítica social y las reflexiones filosóficas que ofrece en Un bien relativo, Cardona considera que «la novela negra te permite hablar del racismo, de las injusticias sociales, sea criticándolas o para intentar entender un pasado. Da juego y me divierto mucho matando». «En el libro hay un crimen perfecto pero nadie me lo menciona ni lo comenta porque les parece fenomenal, natural, como de justicia de vida. La gente tiene más instinto asesino del que reconoce», añade.
Rasgos
Sobre la teniente Karen Blecker, Cardona admite que tiene muchos rasgos similares al suyo. Como ella, Blecker es medio extranjera, pues la escritora ha vivido treinta años fuera de España, en Alemania, sobre todo en Düsseldorf. «Una también pone en el personaje rasgos que le gustaría tener. En mi caso, me gusta que Karen pinche a Cano [José Luis Cano, trabaja para la teniente] y le obligue a discutir y entrar en temas pantanosos. Me gusta que Karen siempre se ponga en la posición del otro», explica.
«Vivimos en una sociedad en la que, con tal de no enfadar al otro, mantenemos nuestra opiniones al margen porque no consideramos que sea posible discutir sin enfadarnos. Se ha perdido la capacidad de debatir, nos quedamos en nuestra burbuja. A mí me encanta discutir con gente que piensa completamente diferente a mí», asegura.
Asimismo, Cardona defiende la importancia de lo relativo. «Intento no juzgar al otro, ponerme en su lugar y en su época, con su bagaje cultural. Una mujer que nace en los años 40 sin prácticamente educación no podemos juzgarlo con ojos de ahora. Deberíamos ser más generosos al juzgar», apunta.
Cardona avanza que la tercera parte llegará a las librerías en octubre y que ya está trabajando en la cuarta. «Tuve un momento de indecisión porque pensé en pasarme a la novela normal que digamos, pero es que de repente, desayunando con mi marido en la Plaza de la Cruz de San Lorenzo de El Escorial, miré el piso de enfrente y lo tuve claro: quiero matar aquí. Abajo había una mujer vendiendo periódicos y le pregunté por si conocía a los que vivían allí y me dijo que sí y que seguro estarían encantados», cuenta.