Agustín Fernández Mallo (1967), gallego de nacimiento y mallorquín de adopción, recogía hace menos de un mes en La Haya (Países Bajos) el Premio Europeo de Literatura 2022 por Proyecto Nocilla, trilogía traducida al holandés por Adri Boon. Era la primera vez que se reconocía una obra escrita originalmente en castellano. Este lunes, el escritor y físico inauguró otro galardón, el Premio de Ensayo Eugenio Trías por La forma de la multitud. Convocado por el Centro de Estudios Filosóficos Eugenio Trías (CEFET/Universitat Pompeu Fabra) y Galaxia Gutenberg, este sello lo publicará el próximo mes de febrero, coincidiendo con el décimo aniversario de la muerte del pensador catalán.
Debe de hacerle ilusión inaugurar un premio.
— Sí, es muy bonito y también un honor, pues Eugenio Trías es uno de los filósofos españoles más importantes de los últimos cincuenta años. Aunque no era una condición que la obra tuviera que ver con él, por supuesto muchas cosas están inspiradas en él, sobre todo su concepto de límite.
Su obra es bastante intelectual, pero aun así llega a muchos lectores.
— Lo oscuro es sinónimo de incapacidad. A mí nunca me gusta ponerme por encima del lector, tampoco en las novelas. Es un error. Creo que la misión del escritor es acompañar al lector y hacer que descubra por sí mismo las cosas. No siempre se consigue, pero lo intento.
¿De qué trata el ensayo?
— El título provisional completo es La forma de la multitud. Capitalismo antropológico, religión, identidad estadística. Lo que hago en este texto es mapear nuestra contemporaneidad y me doy cuenta de que, aparte de lo que llamamos habitualmente capitalismo, lo monetario, hay otros dos tipos: el de tiempo infinitesimal y el antropológico.
¿Qué es el capitalismo infinitesimal?
— Es el que hace referencia a las finanzas efectuadas a través de las redes. Hay toda una serie de bots y robots que usan nuestros datos para hacer transacciones comerciales sin ni siquiera ser nosotros conscientes. El término infinitesimal se debe a que las llevan a cabo tan rápido, que no podemos detectarlas. Un ejemplo de ello es cuando en 2018 la bolsa de Nueva York se desplomó y luego la deTokio, Londres...Nadie entendía nada porque nadie había hecho nada. Resulta que una serie de bots, en teoría preparados para hacer unas determinadas transacciones y ayudarnos, se volvieron como locos y actuaron por su cuenta, como si se tratara de una inteligencia artificial.
Resulta angustioso.
— Pero no soy apocalíptico, nunca lo he sido. Simplemente expongo una dinámica que enlaza con otra parte del ensayo: cómo el capitalismo maneja nuestras emociones. Es lo que llamo emocapitalismo y sugiere que el capitalismo ya no nos obliga a hacer algo, sino que nos seduce y nos hace creer que lo hacemos porque queremos. Esa es la gran trampa. El mundo de las emociones lo ha dominado todo. Ya no nos fijamos en los datos técnicos, sino en lo que nos emociona. Si lo hace, pensamos que es bueno.
¿El capitalismo está presente en todos los elementos de nuestra vida cotidiana?
— Una idea interesante que planteo es que en la sociedad de hoy la nueva religión es el ocio. Cuando estamos de vacaciones nos han hecho creer que lo estamos, pero en realidad estamos trabajando para alguien, para touroperadores, para los bares... Siempre estamos trabajando para sostener algo. Nos han inducido a pensar que en el ocio disfrutamos como queremos, pero no es así. Una tesis del libro es precisamente que nada queda fuera del capitalismo, es imposible salirse de él. Una concepción que puede resultar polémica, pero no lo es si se tienen en cuenta las fuentes, es que en realidad el capitalismo tiene una base anárquica. Anarquismo y capitalismo están más relacionados de lo que creemos. El capitalismo es anárquico, es impredecible.
¿Y el capitalismo antropológico?
— Tiene que ver más con lo filosófico. La tesis fundamental es darse cuenta de que al ser humano le falta algo y que esa condición atraviesa todas las culturas y todas las etapas desde la prehistoria. Por eso estamos todo el día negociando con nuestro entorno material toda clase de transacciones. El ser humano siempre tiene una carencia, que es constitutiva y nunca tendrá fin. Prueba de ello es que los animales no tienen carencias, siempre viven en perfecta armonía con su entorno, dialogan con él de forma cerrada: obtienen lo que quieren y dejan de dialogar. Otro ejemplo es la riqueza del lenguaje, precisamente debida a su imperfección. La paradoja es cómo estamos creando prótesis de algo que nunca hemos tenido. El cristianismo, por ejemplo, afirma que el ser humano tiene una falta, que es la del pecado original. El marxismo también tiene ese pensamiento utópico que defiende que todo será recompensado, lo único que en vez de un Dios están otras fuerzas. Cristianismo y marxismo son utópicos porque creen en un final. Lo que vengo a decir es que el capitalismo antropológico no es utópico porque precisamente afirma que no hay un fin: siempre estaremos intentando restituir una falta, pero por eso evolucionamos.