Aunque nos legaron un puñado de singles de pop-folk engrasado y disfrutable, Immaculate Fools es uno de esos grupos sepultados en el olvido. Fundados por Kevin Weatherill en 1984, saltaron a la fama al año siguiente con su sencillo homónimo y se mantuvieron en activo hasta 1997, año en el que deciden separarse. No fue hasta 2016 que Weatherill refundó el proyecto con reconocidos músicos españoles, como el contrabajista Paco Charlín, la joven baterista Naíma Acuña y el pianista y organista Alex Salgueiro. Sus punteos de guitarra, breves y sensuales, resonarán el próximo 10 de septiembre en la X Mostra de Cervessa Artesana de Mancor de la Vall.
Aunque se les recuerda por un único tema, Immaculate Fools demostró un gran sentido musical, marcado por la sencillez de sus estructuras y la brillantez de sus arpegios de guitarra, además de otros efectos que ornamentaban sus creaciones, para las que solían usar guitarras de seis pedales y sintetizador. Por contra, el bajo y la batería cumplían un cometido rítmico de acompañamiento. Puede que sus canciones carezcan de garra, de guitarras rompedoras, pero en cambio explotan el hechizo hedonista y ensoñador que subyace en el pop, con esa energía contenida, con esa atmósfera deliciosamente taciturna propia de las bandas británicas en los 80.
Su irrupción no supuso ningún hallazgo generacional en aquella Inglaterra efervescente y creativa. La fórmula de los Immaculate Fools, es decir... los tontos inmaculados, o locos sin mácula, consistía en una maniquea mezcla de folk y pop, poco novedosa en las Islas Británicas, quizá por eso lograron más repercusión en España que en su propio país. De hecho, varios miembros del grupo vivieron de forma temporal en Galicia y Catalunya. En Estados Unidos, en cambio, si tuvieron eco. Ficharon por el sello A&M, que reeditó su primer disco, Hearts of Fortune. Su éxito les llevó a compartir escenarios con estrellas del caliber de Iggy Pop, Bob Dylan o los mismísimos Rolling Stones.