En ocasiones, la música enlatada que ameniza los prolegómenos de un concierto es una pesada losa para el artista que, a continuación, se enfrenta a un Everest difícil de superar. Manolo García se batió a su ‘ochomil' personal sin despeinarse. Y eso que antes de tomar el escenario sonaron R.E.M. y Radiohead... Pero al catalán le bastó asomar por las tablas para recibir una ovación de gala y todo tipo de piropos lanzados a voz en grito. Y así siguió a lo largo de su extenso repertorio.
Comunión total entre público y escenario hasta el punto de que parte de los asistentes más que para oír al artista estaban allí para cantar sus canciones, un fenómeno curioso que encaja más en los conciertos con seguidores adolescentes que entre un público entrado en años como el suyo. Con alrededor de 3.500 tickets vendidos, Son Fusteret recibía a Manolo García, el poeta humilde y cercano, un juglar incapaz de articular una estrofa sin antes bañarla en la poesía difusa de la calle.
Acordes
Y sonaron los primeros acordes de Insurrección, una de las grandes luminarias de El Último de la Fila, seguidos de la eterna pregunta: ‘¿Dónde estabas entonces, cuando tanto te necesité?'. García había accionado la palanca de ignición de una cápsula del tiempo que nos llevó a 1986, año en el que el dúo la alojó en su segundo trabajo de estudio, Enemigos de lo ajeno. El álbum recogía el testigo de su elepé de debut, Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana, que a la postre marcó el devenir compositivo del grupo así como la vis creativa de García en solitario, siempre al calor de una fusión entre el rock y el flamenco, decantados sobre una lírica que alterna la denuncia social con el surrealismo. A todo esto, el público no dejaba de corearla… moviendo los pies y las caderas, jugando a tener veinte años menos.
«Moltes gràcies per venir, com va tot? Bé? Molta canya, molta vida, molta il·lusió, que és el que estem cercant sempre. Gaudir de les emocions, del petit miracle de la vida», deslizó García, arrancando una salva de aplausos. El artista intelectualiza cada palabra, hace filosofía porque no puede evitar hacerla. Con tantos discos publicados, se podría decir que es su mayor vicio. Y es un vicio que no daña. Incluso llega a interesantes conclusiones que comparte con el público. Poesía, filosofía y rock, menudo tema, más bien un laberinto.
Su último elepé, el doble Mi vida en Marte y Desatinos desplumados, no ha sumado nuevos candidatos a su lista de hits, pero sí le fagocita y amplía sus posibilidades para echarse a la carretera con la cabeza alta. Esas nuevas canciones son el orgullo de un artista que, aun consciente de que el público ha venido a escuchar las viejas, necesita embriagarse con el perfume de nuevas creaciones para sentirse realizado. El hecho creativo, no el comercial, siempre ha sido el leitmotiv de mi paisano.
Directo
En directo, su repertorio suena un pelín más acelerado que en vinilo. Nada preocupante, una insignificante nota a pie de página para un público que se lo pasó en grande coreando sus intrahistorias soldadas a la calle. Triunfo absoluto para un Manolo García que pasa por un momento extraordinario. Que dure.