Rels B descorchó el ciclo de conciertos reprogramados tras la suspensión de la Revetla de Sant Sebastià con una actuación en la que dio lecciones de flow. Era una cuenta pendiente que tenía y quedó saldada con creces. Ni la amenaza de lluvia frenó al público, que se congregó en multitud para celebrar el inicio de la gira mundial del nuevo mesías de la música urbana, que pagó de su bolsillo un equipo de sonido más potente, según apuntan fuentes de la organización. Hacia el mediodía, un grupo de jóvenes, algunos llegados de la Península, tomaban posiciones en los accesos al Parc de sa Riera. Su misión? apostarse en primera fila. Y a fe que lo consiguieron.
Daniel Heredia Vidal, conocido artísticamente como Rels B, compareció en el escenario cinco minutos antes de la hora prevista, a las 20.25. Desde el inicio estuvo muy conectado con su audiencia, a la que dedicó sus primeras palabras: «¿Hay amor para el flaco en Mallorca?», preguntó mientras desplegaba su ritmo contagioso, nutrido de temas que son una representación, en ocasiones teatral, de una vida intensa que cuadra perfectamente con su pirotécnica personalidad de rapero.
Con un sonido de espíritu ochentero, a caballo entre el Chicago y el Detroit primigenios, fue hilvanando temas, trabajando diferentes atmósferas con variaciones en la velocidad de sus rimas, y evocando su efectivo feeling musical, que le ratifica como la mejor encarnación artística del nuevo rap que se forja en nuestras fronteras, pero cuya proyección le catapulta más allá. Hoy Rels B es una estrella hecha y derecha (entiéndase ‘estrella' como un apelativo menor en tanto a la proporción anglosajona del término). Difícilmente regrese al circuito de salas pequeñas, hoy su platea, su público, se miden en grandes cantidades. El mallorquín es un valioso activo de la escena urbana, aceptado por todos, salvo quizá los ‘guardianes de las esencias', educados en la cultura de poner el grito en el cielo ante todo aquello que se escapa del corsé, del dictamen, tradicional.
A mi lado, dos cuarentones ataviados con gorra de visera plana y un look suburbial, se quejaban de que «esto no es hip hop». Puede. Cuestión de perspectiva. Lo que resulta innegable es el poder de seducción del artista, basado en unos códigos que no son del todos ajenos al universo hip hop: esa actitud desafiante que nace de la frustración, la versión urbana del ‘no future' punk…
Ráfaga
Aleluya desató la primera ráfaga de rimas poderosas con la que Rels B barrió al público. Su voz parece que estuviera haciendo acrobacias en el aire, girando como un bailarín de break dance. El flow del mallorquín es sorprendente y tiene la talla de los grandes. A veces acelera los beats de su fraseo o zigzaguea con sus rimas como si fueran trabalenguas. Su música sube y sube, va escalando en intensidad, con un rap que se alimenta de secuencias repetitivas, samplers y una sección rítmica que tracciona sus versos, que encuentran el clímax en los estribillos, que el público, muy joven, corea enfebrecido. Los cuarentones vuelven a la carga. Está claro que no les gusta el artista. Puede que no sea Eminem, con quien insisten en compararle. Obviamente no tienen nada en común.
El primero presta su voz a una explosión de odio y rencor hacia el sueño americano, mientras que las canciones de Rels B presumen de móvil y zapatillas nuevas; de un amor que se va y de otro que llega. El mallorquín no se alista en la vieja escuela del género, representa los nuevos tiempos de la industria, con un flow que rompe dicotomías. Sus habilidades no están tanto en su lírica como en su facilidad para aplastarte con su ritmo. Lo tomas o lo dejas, no hay otra.