Quien tenga en las manos el último libro de Begoña Méndez (Palma, 1976), Autocienciaficción para el fin de la especie (H&O Editores), se sumergirá en el azul inmenso o, tal vez primero, en el llamativo título. Sea como fuere, la portada y el libro como objeto es la perfecta carta de presentación del universo literario de la escritora, de padre murciano y madre menorquina. El azul lapislázuli representaría, como apunta la autora en el texto, el Dios oscuro; una atmósfera tenebrosa a la vez que luminosa que impregna las doscientas páginas del volumen. Asimismo, es un color que atraviesa el libro por simbolizar el mar, lugar donde la voz narradora se encuentra más cómoda, lejos de géneros encorsetados.
Efectivamente, con este ensayo, Méndez pretende «reventar el género, tanto la convención cultural que recorta el cuerpo como el género literario». De ahí el juego con la autoficción, tan «denostada», y con la ciencia ficción. «Al final, tanto en la literatura como en la vida es muy difícil separar la ficción y la no ficción.Todo el mundo manipula sus recuerdos en función de la narrativa que quiere contar de sí mismo. El libro juega con esa idea de borrar los límites», matiza. «En mi caso, he manipulado algunos recuerdos, pero sobre todo lo que he hecho ha sido reutilizar lecturas, textos o películas para entrar y salir de los cuerpos, de los textos, de sus autoras y personajes para habitarlas y deshabitarlas. Es una lucha o pelea para escapar del yo», insiste.
También en el título aparece un elemento clave: la apocalipsis. Para Méndez, el fin del mundo es un «fenómeno suave» y «lento» que empezó hace mucho, con Auschwitz, Hiroshima o la explosión de Chernóbil. Un fin del mundo tan cercano ahora, con el estallido de la guerra entre Rusia y Ucrania. Durante una época, la escritora y profesora tenía que pasar por Sineu por cuestiones de trabajo y allí, en la gasolinera Shell, se paraba a repostar y a tomar café. «Era muy temprano por la mañana y ese lugar, en medio de la niebla, me parecía una metáfora del fin del mundo y, a la vez, me reconfortaba el olor a café recién molido. Esa fue la semilla de esta autocienciaficción», recuerda, una escritura que fue paralela a la de El matrimonio anarquista (H&O Editores, 2021), junto a Nadal Suau.
Muerte
El panorama desolador propicia también otro deseo o pulsión que ya está presente en el volumen: la muerte del hombre o del Niño como concepto, como símbolo de la masculinidad. En este sentido, la autora reconoce que hay puntos «desesperanzadores y desesperanzados», aunque «el epílogo intenta ser un poco más luminoso y arrojar esperanza».
«Quien escribe este ensayo no es Begoña Méndez Seguí, profesora en una escuela de adultos, hija de Plácido y Margarita. Quien escribe esto es una voz denigrada que juega a fantasear con la extinción de la especie humana. Cuando hablo de lo bello que sería que la especie se extinguiera, me refiero a matar la masculinidad como pie de guerra constante. Matar al Niño es terminar con la idea de ese futuro maravilloso que algún día llegará y que evita trabajar el presente y elude responsabilidades», sostiene.
Así las cosas, no es de extrañar, como admite la propia autora, que haya momentos en los que el lector pueda sentir que le falta un poco de aire, «pero por eso juego con las grietas, que permiten dejar pasar aire y, al final, el fin del mundo puede resultar luminoso y feminista», añade. Las grietas y las heridas abiertas –así tituló, por cierto, su anterior libro en solitario, publicado por Wunderkammer en 2020– marcan también esta autocienciaficción. «La grieta es un espacio que duele y que, entre dos lugares, funciona como un respiradero. Es un espacio ambivalente, fértil y útil para pensar los cuerpos, los géneros y sus límites», defiende. De hecho, dedica este volumen a «los seres en permanente estado de grieta».
Violencia
Esa violencia que el lector percibe y recibe es también la que ha sufrido la narradora, que se define como «mujer desviada», «pieza rota de ningún mecanismo». «La palabra ‘mujer' históricamente ha sido un recipiente para volcar múltiples violencias. No es que la Begoña persona reniegue de ese término, no estoy segura de si soy mujer o no, pero no reniego», afirma. «Creo que es útil para la reivindicación feminista, pero hay que ir más allá de la palabra. En todo caso, ha sido y es repositorio de violencias que hoy siguen funcionando porque recortan, someten. Son moldes estrechos que quiero reventar y de esa ruptura surgen las grietas, supuran espacios libertarios y también pus», señala.
Sobre la valentía y la honestidad de mostrar en sus textos sus heridas abiertas, sus grietas y contradicciones, Méndez asegura que no se definiría como alguien honesto. «Cuando me preguntan si no siento pudor para hablar sobre cosas tan íntimas, de mi cuerpo, la verdad es que pienso que la intimidad, lejos de ser algo personal, es algo colectivo. Me parece que mi experiencia del cuerpo de ningún modo es algo que no se pueda compartir con otras personas. Creo de verdad que no hay nada que pueda contar acerca de mi experiencia del cuerpo que no apele a los otros. La experiencia íntima es una instancia de lo colectivo», insiste.
Asimismo, revela que a menudo tiene la sensación de «haber perdido el cuerpo, el contacto con el lenguaje del mundo», algo que ha propiciado todavía más la pandemia y el confinamiento. «Para muchos, el encierro y la casi prohibición de tocarnos ha provocado que se cortaran lazos que antes teníamos asumidos con mucha normalidad y restablecerlos no está siendo fácil». La gira de presentación arrancará el próximo 19 en Barcelona y el 26 recalará en Drac Màgic, Palma, junto a José Vidal Valicourt y el músico Jordi Maranges, que interpretará La balada del hombre penetrado.