Gabriel Amengual Coll (Santa Eugènia, 1943) es canónigo de la Catedral de Mallorca y catedrático emérito de Filosofía de la Universitat de les Illes Balears (UIB). Además de dedicarse a la enseñanza de la filosofía moderna y contemporánea, preferentemente alemana; entre sus campos de trabajo destacan la antropología filosófica, la filosofía de la religión, la hermenéutica, la ética y la filosofía de la historia. Ha editado más de veinte libros, el último de ellos lleva por título: La solidaridad: historia, concepto, propuesta. Un tema muy actual, la solidaridad es sin duda un valor social y moral muy reconocido que está en alza.
¿Qué entendemos por solidaridad?
—El término solidaridad se ha vuelto de un uso muy frecuente y aplicado a situaciones muy diversas, como por ejemplo para dar el pésame se dice que uno muestra su solidaridad a los allegados del difunto. Con ello, la solidaridad se restringe a empatía, sintonía de sentimientos. El uso frecuente, si por una parte muestra que es un valor en boga, al mismo tiempo muestra que ha perdido perfiles propios, en definitiva, ha perdido su significado propio.
La solidaridad es algo muy comprometedor...
—Efectivamente, la solidaridad no significa simplemente dar muestras de empatía, sino dar de sí mismo, de lo que uno tiene, al que necesita, a fin de vea satisfechas sus necesidades y sobre todo vea reconocida su dignidad y su integración en la sociedad.
La solidaridad, ¿nace con el ser humano?
—El ser humano nace de y por la solidaridad. En efecto, no nacemos, sino que somos nacidos, como se dice en inglés, alemán y en latín, es decir, no nacemos de nosotros ni por propia decisión ni por nuestra obra, sino de otros y por decisión y obra de otros. Es más, el «animal humano», a diferencia a otras muchas especies animales, nace tan desprotegido que sin la protección de sus padres no subsistiría. Como recuerda H. Jonas, esta es la primera relación humana ética, gratuita, sin reciprocidad, arquetipo de toda acción responsable y modelo de las relaciones humanas y con la naturaleza. En este sentido, puede decirse que el mismo nacimiento ya nos da una imagen de la solidaridad humana.
En su surgimiento y desarrollo como actitud social, la solidaridad, ¿necesita de una creencia religiosa, como la caridad lo es para los cristianos?
—En su surgimiento, en su primer y en largos tramos de su desarrollo, la solidaridad se ha apoyado en la caridad cristiana. Precisamente, diría que es un caso de clara «secularización de un concepto y una práctica cristiana. De hecho, la relación de la solidaridad, especialmente en sus primeras fundamentaciones en el siglo XIX y primeras décadas del XX, suele tener una doble relación con la caridad. Así, por una parte, afirma su independencia, destacando las diferencias, procurando destacar su desvinculación respecto de la fe cristiana, puesto que pretende presentarse como un valor antropológico y social universal. Pero, por otra parte, se la toma como punto de partida y como referencia, incluso a veces como ejemplo. La relación es ambigua. Pero en general se busca una fundamentación antropológica o social o ética o incluso económica, con independencia de creencias religiosas.
Las humanidades han desaparecido de la enseñanza actual, entre ellas la filosofía, la antropología, la filología, etcétera. ¿La sociedad echará en falta estos estudios?
—Creo que esta pregunta apunta a un doble problema: Uno es el estudio de las humanidades, cuya necesidad juzgamos perentoria todos los que hemos sido formados en ellas, que somos la mayoría, puesto que hace un tiempo formaban el acervo de toda formación. Su estudio es necesario para entender nuestra cultura, para no perderla, para mantenerla y actualizarla, es decir, no para repetirla sino para vivirla a la altura de nuestro tiempo. Forman parte de nuestra identidad cultural, todavía, o eso quiero creer.
¿Cuál es el segundo problema?
—El otro problema aludido al hablar de humanidades es la racionalidad, que impera en nuestra formación y en la sociedad. Esto es un problema más de fondo. Se trata si entre nuestros cálculos entran solamente la eficiencia de los medios o también la racionalidad de los fines, en definitiva, qué pretendemos, qué buscamos, qué anhelamos, por qué luchamos y trabajamos, hacia dónde queremos ir.
Las profesiones científicas, como médicos, arquitectos o economistas, ¿necesitan las humanidades para el desarrollo de su trabajo?
—Entre las profesiones científicas creo que se debería distinguir; algunas se sirven de las humanidades, como por ejemplo los arquitectos y los médicos. Por lo menos en su historia ha habido grandes humanistas, por ejemplo, entre los médicos y en otras profesiones. La dificultad de hoy es la especialización extrema y la tecnificación del ejercicio de estas profesiones, en las que el aspecto técnico tiene más peso que las consideraciones acerca de su aplicación concreta.