Un minuto por encima de las 20.00 horas, Delaossa irrumpió sobre el escenario del Visit Mallorca Estadi irradiando carisma. A sus pies, 3.000 espectadores ansiosos por disfrutar de las rimas urbanas del malagueño, cuya carrera ha trazado una parábola ascendente en un abrir y cerrar de ojos, transformándole en uno de los grandes embajadores del rap estatal.
Antes de comenzar, el artista se tomó un instante para hacerse ver y apreciar el efecto que suscitaba entre la gente. Respaldado por dos pantallas gigantes que reflejaban cuanto sucedía en el show y un DJ, Delaossa abrió el repertorio con la pegadiza Por nosotros, continuó con Puff Daddy y aminoró al ritmo de Aleluya.
El público continuaba alentándolo y él se mostraba receptivo, aunque nada lo desconcentraba, volcado en un setlist que demandaba afinación e implicación. Temas conocidos, otros no tanto, pero todos ellos cargados de argumentos para seducir a su joven parroquia. Su voz parecía hipnotizarles. Hasta el punto que algunos fans que seguían el concierto a pie de pista comenzaron a bailar, con ese vaivén lascivo y acompasado del que posa para Playboy. Al final, todas las canciones alcanzaban el clímax con un aplauso general.
Delaossa cerró su recital a las 21.00, marcando el inicio de la cuenta atrás de la gran estrella de la noche: Nathy Peluso. Una hora más tarde, la argentina tomaba el escenario alentada por una sonora ovación. No hubo confeti, pero sí algarabía y abrazos compartidos. Poco a poco, la normalidad va abriéndose paso en la música en directo, recuperando el baile y la fricción entre la gente. Ya ven, el sol seguía brillando en la noche palmesana, a volandas del sonido políglota de la nueva era.
Abrió el recital con Celebré, y el campo del Mallorca se vino abajo. El hip hop, neo soul y trap que palpita sobre un lecho de música tradicional latinoamericana, unida al poderío vocal de la bonaerense, transmitían una inabarcable gama de emociones al público, que no dudó en alistarse en un liberador baile de San Vito, un perreo que hace apenas unos meses era inconcebible en público. El concierto, además, coincidía con la presentación mundial de su último tema Ateo, junto a C. Tangana.
A los chavales no parecía importarles que sus canciones suenen significativamente mejor en estudio que en directo, lo importante era estar allí. Haciendo gala de su exuberante latinidad, Peluso regaló un show de estética colorida, caminando por el escenario mientras sacudía latigazos bailables, y derrochando un desparpajo nada impostado que contagiaba a sus fans, cuyos rostros esculpían una sonrisa que exteriorizaba la felicidad que les embargaba.
Prácticamente, la mayoría de artistas comerciales que animan el cotarro del siglo XXI han coqueteado con algún sonido urbano. Un estilo hasta hace poco denostado pero ante el que el mundo entero ha terminado claudicando. Es la música que se baila en las fiestas, incluso en las más elitistas. Es el sonido que arrasa en las listas de éxitos; el que comparten en sus redes sociales los adolescentes, pero también quienes ya peinan canas. Encabeza los festivales de música más vanguardistas, y convierte a sus profetas en role models de la sociedad. Que sean un buen modelo ya es otra cosa. Guste o no, las leyes del perreo han conquistado al mundo. Como diría Piqué: «Esto es lo que hay».