Aunque es conocido sobre todo por sus novelas policíacas, Domingo Villar (Vigo, 1971) también escribe muchos cuentos, «para celebrar la amistad como quien comparte una botella de vino», apunta. Ahora, el autor de El último barco reúne en el libro Algunos cuentos completos (Siruela) esos relatos que leía en voz alta mientras Carlos Baonza pintaba y Sami Kangasharju les acompañaba al piano. Villar protagonizará un encuentro con Carlos Bardem este domingo 3 de octubre al mediodía en el Festival Literatura Expandida a Magaluf (LEM). Después, a las 13.00 horas, firmará ejemplares al público.
El creador del célebre inspector Leo Caldas asegura que «escribo novelas que, por fuera, parecen policíacas, pero por dentro son cuentos de amor a la tierra, a la gente y a una forma de ver la vida. Mis novelas no son tan distintas de estos cuentos. Porque en mis cuentos no hay una trama que acelere la historia y los personajes que aparecen podrían estar en cualquier novela».
Con todo, Villar confiesa que le gustan las distancias cortas. «El impulso no me lleva nunca a escribir una obra demasiado extensa. Tengo moral y valor para afrontar la tarea de subir un peldaño y en eso me consagro. Después del primer peldaño viene otro y así, poco a poco, me veo subiéndome a escaleras más altas, aunque mi impulso inicial no es subirla por completo», detalla el autor, quien advierte que «sin la pandemia este libro no existiría».
«Todos los cuentos aquí reunidos están pensados para ser leídos en voz alta para los amigos, buscando la sorpresa y la risa. Mi intención era guardarme los cuentos para mí y no compartirlos, pero después de meses guardando abrazos, tener que tragarnos los besos y con las reuniones festivas reducidas a grupos ridículos, me pareció un buen momento para revivir aquellos momentos lúcidos, felices, y celebrar la vida y la amistad», matiza.
Así las cosas, Carlos Baonza ilustra con linograbados las diez narraciones que se incluyen en el libro, unos cuentos mágicos que tienen en común el mar y el viaje. «La magia está muy integrada en el inconsciente de los escritores gallegos, pero también en las costumbres de nuestra gente. Solemos sentar a la mesa seres mitológicos, espíritus o muertos con la familiaridad con la que aceptaríamos a los vivos», destaca.
«Para los gallegos, como supongo que ocurre también con los mallorquines, el mar es fuente de vida, pero a la vez también el fin de todo, un peligro. Además, nuestro mar arrastra olas que vienen de lejos, pero el vuestro embravece de repente y es difícil de prever», compara.
El escritor, que trabaja en un nuevo caso para Leo Caldas, reconoce que «cuando me siento a escribir no me cambio por nadie, es lo que más me gusta del mundo. Nuestro oficio es raro, pues somos ermitaños la mayor parte del tiempo, pero luego estamos delante del foco y pasamos de ermitaños a exhibicionistas. Creo que el escritor del siglo XXI tiene esa doble naturaleza».