Can Marquès, la imponente casa señorial ubicada en la calle Can Anglada de Palma, vuelve a estar abierta al público de la mano de una exposición efímera organizada por la galerista alemana Esther Schipper. De hecho, es la primera vez que Schipper, asentada en Berlín, recala con un proyecto en Palma y lo hace con una propuesta en la que participan 22 artistas de todo el mundo. Esta muestra, titulada En la casa de Marquès, podrá verse hasta el próximo 31 de julio, de martes a sábado de 12.00 a 20.00 horas, y también con cita previa.
Violant Porcel, del equipo de Esther Schipper, detalló en la presentación que ésta es una «oportunidad para ver una exposición de arte contemporáneo en diálogo con este espacio histórico que fue la antigua residencia del empresario mallorquín Martí Marquès Marquès, quien, a su regreso de Puerto Rico en 1901, se instaló en este edificio cuyos orígenes se remontan al siglo XIV».
Así, las piezas de arte contemporáneo se entremezclan y ofrecen nuevas lecturas y perspectivas al ya existente discurso museográfico que pasa por diferentes estilos, desde el barroco o el neoclásico hasta el modernismo. En algunos casos, las obras son más fáciles de detectar, mientras que en otros, la incorporación puede ser más sutil, lo que se convierte en una suerte de juego estimulante para los visitantes. A este componente lúdico se le añade la reflexión que ofrecen las propias creaciones, –que abordan diferentes lenguajes, desde la pintura y la escultura hasta la fotografía, instalación o audiovisual– en torno a la sociedad, la identidad, el feminismo o al mismo mundo del arte.
Recorrido
La escultura en piedra de colores fluorescentes del suizo Ugo Rondinone es la primera obra que encontrará el usuario en su recorrido. Con ella, como apuntó Porcel, el artista quiere provocar la «sensación de extrañeza» acerca de la naturaleza. Asimismo, en las escaleras que conducen al piso principal, un dóberman muy particular custodia el lugar. Se trata de una pieza de mármol de Julia Scher con la que invita a pensar sobre el control y la vigilancia.
Ya en la planta principal, en las diferentes estancias de esta casa museo, se incorporan instalaciones tan cotidianas como un cubo de plástico para unas goteras en el techo que no existen (afortunadamente) –pieza de la británica Ceal Floyer– o, en la cocina, una guindilla o un racimo de uvas sujetos a la pared que se pudrirá con el tiempo –propuesta de la alemana Karin Sander–.
Estos son algunos de los ejemplos más sutiles, pero hay otros que, por el contrario, buscan la ruptura con el entorno. Es el caso de las esculturas de la canadiense Angela Bulloch, una de las cuales se alza en medio de la sala, buscando la interacción del visitante, o la de la belga Ann Veronica Janssens, que juega con la percepción de la luz. Destacan también dos conjuntos escultóricos como si de mausoleos se tratara con los que el creador británico japonés Simon Fujiwara rinde homenaje a Goya y a Van Gogh.
Una de las últimas creaciones que se pueden ver en esta exposición es un vídeo breve, de cuatro minutos de duración, de la francesa Dominique Gonzalez-Foerster. Es el extracto de una performance que la artista llevó a cabo en Berlín en 2015 y que se basaba en la película de los 50 que el director Max Ophüls dedicó a la bailarina Lola Montez, famosa por ser la cortesana de Luis I de Baviera.