La obra de Gabriel Janer Manila (Algaida, 1940) es tan extensa que, recientemente, un doctorando de Bremen (Alemania) le dedica una tesis titulada El microcosmos mallorquín en la literatura de Janer Manila. El escritor publica Lungomare (Proa), la tercera y última parte de sus memorias, después de los volúmenes Ha nevat sobre Yesterday y Amor, no estàs fatigat. En total, se trata de un proyecto literario de 1.500 páginas sobre el mundo que le ha tocado vivir.
¿Por qué Lungomare?
—Quería subrayar que soy un escritor de una isla. El mar son caminos que se abren hacia delante. Homero decía que ‘el Mediterráneo es un largo camino'. Lungomare es una palabra que me gusta. Fácilmente me enamoro de las palabras, sean de la lengua que sean.
¿Qué límites se ha fijado al contar sus vivencias personales?
—Pocos límites. Son unas memorias valientes. No he querido rendir cuentas a nadie, no ha habido ánimo de venganza ni de mostrar enfado, pero sí he querido explicar lo que he vivido.
¿Le preocupa la inmortalidad de la obra de un escritor?
—No pienso en la inmortalidad ni en la permanencia eterna. Antes o después, todo se acaba. He escrito para que cuando ya no esté, los que me lean sepan cómo ha sido mi vida en el mundo que me ha tocado vivir. No hay más pretensiones. He querido crear unas emociones estéticas porque la literatura es arte. En literatura, la belleza se basa en el lenguaje, en recrease en las palabras, y en la materia que tienes entre manos, que es la realidad que te ha tocado vivir.
Cita su relación con Pere Serra.
—Con Pere Serra y su mujer Margalida tuvimos una gran amistad. Fue una persona muy especial. Siempre le agradecí tres cosas. Cuando empezaba a escribir, me ofreció la posibilidad de publicar unos artículos semanales en el diario Ultima Hora. Me permitió conocer y tratar a Joan Miró. La tercera fue invitarme a comer con Jorge Luis Borges. También había cosas que me hacían enfadar. Tenía algún colaborador que me criticaba. Pere Serra lo justificaba como libertad de expresión.
Comenta virtudes y defectos de la sociedad mallorquina.
—El provincianismo, la mediocridad y la hipocresía son temas que están vivos y están en mis memorias. Quizás todas las sociedades del mundo sean así, la que me ha tocado vivir lo es. Vivir en Mallorca no es fácil. Es una sociedad compleja.
No rehúye la reacción contra su hija, cuando su nombre se integró a las filas del Partido Popular.
—No podía esquivar este tema, hacerlo habría sido una cobardía. Creo que fue un cúmulo de errores. Yo no debía haber sido director del Institut d'Estudis Baleàrics. Trabajé muchísimo, me agoté, creo que hice un buen trabajo, pero podía haber dedicado las energías a hacer otras cosas. Sobre la participación de Maria de la Pau en las listas de Jaume Matas fue un error que ella pagó muy caro. La gente actuó con un provincianismo escandaloso, no entendieron nada. Iba como independiente, no afiliada a un partido, para contribuir a mejorar nuestra cultura. Fue un gallinero que se exaltó. Jaume Vidal Alcover me decía que Mallorca era como un manicomio.
Y cita el episodio de Juan Marsé contra su hija, Maria de la Pau Janer, la noche en la que ganó el Premio Planeta.
—Marsé se puso celoso. Había acabado de sacar un libro, que no se vendía de ninguna manera. No podía soportar que una chica joven tuviera un éxito de público. Él ya era mayor. Ese día, Marsé había bebido más de la cuenta. A Marsé, la censura le mejoraba sus novelas. Sin censura, en cada página de sus novelas había alguien que entraba en un cine y se hacía una paja. La censura le quitaba pajas y eso mejoraba sus novelas.
Estas memorias están repletas de referencias a viajes.
—El viaje ha sido una de mis grandes aficiones. He viajado mucho, a menudo a los mismos lugares. París y Roma me enamoran, como Viena, Grecia o Italia. He ido a México, Canadá, Colombia o Estados Unidos para impartir conferencias o cursos. Es importante que el viaje también sea interior.
Escribe de la muerte de sus compañeros.
—He dejado muchos amigos por el camino y me ha afectado. He escrito sobre ellos para dejar constancia de haber compartido vida, cultura y literatura, como Miquel Àngel Riera, Jaume Pomar, Josep Maria Llompart, Jaume Vidal Alcover, Maria Aurèlia Campany, Blai Bonet, Francesc Bujosa.... La vida es eso: o te vas tú o ves que los otros se van.
Ha escrito de un mundo que se desvanece.
—Mi generación ha vivido un cambio radical de vida. Un amigo me ha dicho que con estas memorias se cerraba un mundo. Ha habido cambios buenos, pero hemos visto la aparición de elementos amargos. He dejado constancia del afán del poderoso que busca sacar todo lo que puede del mundo isleño y de su paisaje. Todo lo procesado por la memoria, se acaba convirtiendo en una ficción, porque le das tu mirada.
Destaca la importancia de la cultura.
—He vivido enamorado del arte, de la poesía, de la música. Ir a ver un cuadro de Caravaggio o Picasso ha sido muy importante. Una vez, estuve toda una noche de guardia para entrar en el centro Georges Pompidou (París) y visitar una exposición de Salvador Dalí. La música y la poesía me han ayudado a vivir. Tengo la sensación de no haber leído lo suficiente, ya deberá ser en otra vida.
Parece como, sin querer, saliera su pasado de maestro.
—Es posible. Se me habrá escapado. Yo nunca he querido dar lecciones de nada en mi literatura. Escribo y dejo a los demás que interpreten mis textos. Quizás salga el maestro que llevo dentro para contar que la vida no es fácil, que hay que sujetarse a la realidad para avanzar. A veces, lo mejor de una obra literaria es lo que se ha escrito inconscientemente, sin calcular.