El mercado del arte está en una encrucijada. Hace unos meses, las manos de algunos fueron llevadas a sus respectivas cabezas con la venta en Christie's de una pieza de arte digital del creador Beeple por la friolera de 69 millones de dólares. El récord quedó estipulado claramente y fue totalmente inesperado porque la puja, que arrancó en 100 dólares, tenía como valor estimado: desconocido. El auge de los NFT, la tecnología blockchain, la apertura de la especulación o la democratización del coleccionismo del arte. Muchas incógnitas en un entorno que algunos califican como el «salvaje oeste» ahora mismo.
El crítico y comisario Pau Waelder, que publica You can be a wealthy/cash-strapped art collector in the digital age, da este retrato. «Ahora es un poco locura». El caso de Christie's le pareció «una operación financiera» porque el comprador, Metakovan, es también el creador de Metapurse, el principal fondo de inversión de objetos NFT (un formato cuyas siglas significan Non-Fungible-Tokens que se usa para dar autenticidad a las piezas digitales).
Waelder explica que los NFT son «como una moneda no intercambiable por otra cosa, solo hace referencia a esa única obra». Se basa en el método blockchain que genera «cadenas dependientes unas de otras, de manera que no pueden falsificarse porque habría que falsificar todas». Así «queda registrado cuando haces una transacción y no puedes cambiarlo, es un valor de autenticidad».
Gasto energético
Un contra de los NFT, según Waelder, es que «suponen un gasto energético enorme. Acuñar un NFT equivale al gasto de una persona durante un mes. Y se acuñan miles y miles al día». Además, «son muy fáciles de intercambiar, con un solo click lo revendes». Como «no hay tantas cosas que comprar con criptomonedas, y algunos tienen muchísimas, todo negocio que hagas con ellas sale rentable». Por ello, se abre «a la especulación». Dicho de otra manera, un inversor en criptomoneda pudo haber adquirido un número determinado de estas, pero sin salida para ellas. Ahora sí la tiene y el coleccionismo lo ve con escepticismo.
El galerista Fran Reus, por ejemplo, asegura que «hay que dejar que madure». Las dudas de Reus provienen del hecho de que «hay un coleccionismo que lo apoya y otro más reacio y no se sabe si será un boom de unos años para luego desinflarse». Confiesa que «como espectador y galerista» está muy interesado en ver «si tendrá recorrido o no».
El mundo de los NFT, además, le parece «curioso» porque permite «entrar a agentes externos», con personas coleccionando memes, cromos, etcétera. Muy sonado fue, en este sentido, la venta del primer tuit del CEO de Twitter, Jack Dorsey, por 2,9 millones. «¿Qué valor tienen estas cosas artísticamente?», se pregunta Reus y añade que «quizá hay gente nacida en la época digital que lo asuma como un coleccionismo propiamente dicho».
En cualquier caso, y si el desarrollo es positivo, con una «regulación», Reus sí ve la ventaja de que este mercado del arte se abra al público general: «Mucha gente no puede permitirse una obra original, pero esto puede ser asequible para el gran público» porque un NFT puede dividirse tantas veces se quiera y vender la autoría o el acceso por precios más reducidos. Así «muchos más artistas podrían vivir de su trabajo», añade Waelder.
Por su parte, el artista René Mäkelä, que está enfocándose en este mercado, opina que los NFT son una «solución a un problema que venía de atrás». Estos permiten algo parecido a los «derechos de autor» y «lo cambian todo». No oculta «que todo el mundo se ha vuelto loco» porque ahora «ha saltado la liebre», sobre todo a raíz de la subasta en Christie's, pero las ventajas son varias. Con la tecnología blockchain, el artista maneja, dirige y valoriza su obra, permitiéndole gran autonomía y las galerías «ya han empezado a ofrecer sus catálogos con NFT». En cualquier caso, para Mäkelä «aunque ahora muchos den palos de ciego», es «cuestión de tiempo que la locura pase y queden los verdaderos artistas».
Si el NFT ha llegado par quedarse o no lo dirá el tiempo, pero lo cierto es que es una nueva ventana ahora mismo y depende de lo que se sepa hacer con ella que dé un resultado rentable o no. En esto coinciden todos, «hay que esperar y ver».