La «perfección» al violín de Francisco Fullana, tal y como la describió en su momento la New York Concert Review, se deja caer estos días en Palma. Concretamente el viernes, sábado y domingo a través del Concierto para violín Número 3 de Mozart, la «favorita» de Fullana, y que podrá seguirse online a través del canal de Youtube de la Orquestra Simfònica de les Illes Balears a partir de las 20.00 horas. Supondrá, entre otras cosas, la vuelta a casa del joven músico, acompañado de su prestigioso violín Guarneri con el que pondrá una nota de color, «diversión y humor» a unos tiempos complicados. Una manera de tomarse la vida más alegremente. O, dicho de otra manera, en Sol Mayor.
De vuelta en la Isla tras tocar en Louisiana, ¿ha sido algo parecido a una odisea volar desde Estados Unidos?
—Volar ahora es difícil porque cada país tiene su normativa y hacía muchísimo tiempo que no cogía tantos vuelos para llegar aquí, siendo cinco en total, pero es lo que hay ahora.
Y por fin en casa, reencontrándose con la Orquestra, ¿cómo van los ensayos?
—Van bien, aunque es una pena que no vaya a haber público. No es lo mismo tocar sin su calor y su generosidad, y eso se echa de menos, aunque aquí, al mismo tiempo, me siento como en casa, lógicamente. Da gusto tocar una obra así, tan familiar y acogedora, con músicos que conozco desde hace tantos años. Es como una reunión entre amigos.
¿Qué puede contar sobre la obra de Mozart que van a interpretar?
—Mozart es mi compositor favorito y de sus piezas para violín, la número 3, la que más me gusta. Incluye una gran cantidad de humor y libertad porque estaba obsesionado con adaptarse a las capacidades del solista y, a la vez, darle la mayor libertad posible. De ese modo, compositor y violinista están en igualdad.
¿Cómo debe ser la aproximación con autores clásicos tras haberlos tocado tantas veces?
—Es algo que he pensado mucho. Hay que cambiar la manera de ser y pensar cuando se toca a uno u otro. Cómo pienso cuando toco a Bach es muy diferente a Mozart. El primero trata de alcanzar una belleza universal y el otro es más personal, como un camino con escondrijos donde asomarte o no, depende de ti, pero hay que seguir el camino.
Su compañero es un Guarneri, pero ¿le guarda más cariño a ese violín o al primero que tuvo?
—A este (risas). He tenido la suerte de tocar violines muy buenos desde los 17 años, como un Stradivari o el Guarneri. La trayectoria ha sido ascendente no solo en la rareza del instrumento sino en cómo se adaptan a mí. La unión con el compañero de viaje es importante y me siento muy cómodo porque que el sonido que quiero sea como acaba sonando el instrumento es muy complicado. Con este violín ni siquiera hubo una adaptación.
Su actuación en el Carnegie Hall fue descrita como «perfección», ¿cómo se lidia con eso? ¿se considera todavía como artista emergente o ya ha emergido?
—(Risas). La música es un camino largo en el que la madurez artística se busca, pero es difícil de encontrar. Es como dijo Pau Casals cuando con setenta y tantos años le preguntaron cuándo iba a retirarse y contestó que estaba en su mejor momento. Por otro lado, la perfección en música no existe. Uno nunca suena como lo hace en su cabeza. Ese ideal es inalcanzable, pero mantienes el listón para aspirar a él. Cuanto más alta y clara sea la meta, mejor será el producto final.
¿Qué importancia le da a la educación y formación?
—Yo tuve la suerte de tener oportunidades gracias a mis padres, que lo valoraron mucho. Ese acceso es algo privilegiado, y me gustaría incorporar una visión para que gente con menos recursos tenga acceso a tocar con grandes intérpretes, como yo tuve, y que es como mejor y más aprendes. Por eso cuando voy a tocar a una ciudad me gusta tener un impacto mayor con los chicos jóvenes de la orquesta joven de la ciudad. No solo venir de solista, sino profundizar en esas relaciones que uno establece para que algunos, o eso espero, puedan llevarse esos momentos que yo mismo he tenido y me han ayudado muchísimo a crecer como artista.